Magalí

Crítica de Matias Seoane - Alta Peli

Un niño, un puma y un funeral

Lleva una década lejos del cerro que la vio crecer, específicamente desde que vive en Buenos Aires, trabajando como enfermera y viviendo sola en una pequeña habitación con la única compañía de un perro con el que no parece encariñada.

Pero muy a su pesar, Magalí (Eva Bianco – Margen de Error, Vigilia en Agosto) vuelve a su casa natal en el norte argentino del que se ha ido años atrás. Allí la esperan un hijo que fue criado por su abuela en las costumbres ancestrales, y un pueblo en el que las viejas tradiciones aún tienen sentido. Todas cosas a las que Magalí ha dado la espalda, al punto de prácticamente haber huido hacia la ciudad.

En los pocos días que pretende quedarse para poner las cosas en orden y llevarse al niño con ella, no está en sus planes cumplir con el ritual que protegería a la comunidad del puma que lleva un tiempo alimentándose de la hacienda. Quienes creen en los viejos saberes consideran que el depredador es sobrenatural, y que es responsabilidad de su familia subir al cerro para llevar a cabo el ritual que lo devuelva al inframundo de donde pertenece antes que cause más daño.

Magalí no es una de ellas; se niega a creer en las historias que aprendió de chica y solo quiere marcharse cuanto antes por motivos del pasado que poco a poco se revelan.

Quien sí cree fervientemente es ese hijo criado en el cerro, para el que Magalí es una extraña; por más obediente que sea, y aunque sepa que eventualmente se tendrá que ir con ella, Félix (Cristian Nieva) se resiste a marcharse sin subir al cerro para cumplir con lo que le enseñó su abuela. No es del todo consciente del fuerte cambio que se le avecina cuando se mude a la ciudad, pero tampoco parece importarle, porque sabe que no tiene más elección que obedecer a esa mujer que lleva el título de madre sin haberlo ejercido y con la que no tiene un vínculo real.

Durante los días que están juntos en esa casa donde ambos se criaron con décadas de distancia, poco a poco van acercándose uno al otro para entenderse un poco mejor y sobreponerse a tantos años de desarraigo.

Es notable el nivel de potencia y síntesis narrativa que maneja Juan Pablo Di Bitonto en su debut, algo que suele llegar solo con el tiempo y con lo que suelen tropezar en la inexperiencia muchos directores.

Casi todo lo que sucede, se dice o se muestra, tiene un lugar; poco sobra o dura demasiado, los personajes entran y salen cuando hacen falta para hacer su aporte y dejar seguir la trama sin estorbar con hilos paralelos que no irían a ningún lado.

Desde lo visual impactan los planos fijos de los paisajes del cerro. Además de aportar belleza en un sentido pictórico, no están tomados solo como lo haría un spot turístico, sino que hacen su aporte desde un costado narrativo. En ese sentido, esos magníficos planos estáticos contrastan mucho con un uso cuestionable de la cámara en mano: todo se sacude por demás aunque las acciones que esté mostrando no sean particularmente dinámicas o necesiten remarcar ese movimiento. Es una de las pocas decisiones criticables en la realización de esta película que incluso con sus limitaciones es muy sólida en todos los aspectos.