Madres perfectas

Crítica de Jorge Luis Fernández - Revista Veintitrés

Amistades y algo más

Ambientada en dramáticos escenarios de la costa australiana, basada en la novela The Grandmothers, de Doris Lessing, con dos blondas maduras, pura estirpe de sex-symbol, enganchadas en una relación swinger con sus hijos (dos surfistas, según una de ellas, “bellos como pequeños dioses”), Madres perfectas promete una serie de fantasías que, si bien evitan el melodrama, resultan inverosímiles en la pantalla. Amigas desde chicas, Lil (Naomi Watts) y Roz (Robin Wright) crecen juntas como hermanas; tras la muerte del esposo de Lil, tras el desencanto del matrimonio de Roz, las amigas y sus hijos, Ian y Tom, entran en una relación que, al principio, sienten endogámica, pero luego viven de modo intenso, oculta al exterior como una hermandad. Pero, ¿qué pasa cuando uno rompe el pacto? La traición y sus consecuencias marcan el instante más atractivo del film. El potencial ardiente, casi exótico de Madres perfectas (australianos son los escenarios y sus protagonistas), se diluye en gran parte por decisiones de la luxemburguesa Anne Fontaine, que dirige con prolijidad europea, no exenta de asepsia y cierta moralina.