¡Madre!

Crítica de Catalina García Rojas - Visión del cine

Con Madre! Darren Aronofsky desarrolla una mirada reflexiva sobre la sociedad moderna y busca, a través de una alegoría bíblica, exorcizar sus demonios y angustias. Una película difícil de encasillar en un género y que para entender toda su simbología es necesario verla más de una vez.
El juego cinematográfico de Darren Aronofsky no está exento a caer en críticas duras y también a cierta incomprensión por parte del público. A lo largo de su filmografía se puede observar un tema recurrente: el ser humano. Le atrae en cierta forma, realizar una autopsia a esta figura, analizando sus virtudes, defectos y por sobre todo identificando su espiritualidad. Escribe sus personajes teniendo en cuenta que su realidad está sesgada por recuerdos, pensamientos y creencias. Esboza en ellos las preguntas que todo ser humano se ha planteado en algún momento: la relación entre vida, enfermedad y muerte; el rol de la naturaleza y como la humanidad interactúa con ella; las consecuencias de los actos egoístas, ya sean contra los demás, la Tierra o uno mismo. A través de su arte intenta exorcizar estas dudas planteando posibles respuestas. No sorprende que en su séptima película recurra al mismo tipo de análisis.

Los personajes de Madre! no tienen nombre. Nunca los mencionan. Jennifer Lawrence y Javier Bardem encarnan un matrimonio que vive recluido en una mansión rural, completamente aislados de la sociedad. Él es un poeta que busca superar su bloqueo mental y conseguir inspiración para su nueva obra, ella es un ama de casa enfocada en reconstruir un hogar desde las cenizas. El vínculo entre ambos es tenso y por momentos extraño. Esto se incrementa cuando llega a su puerta un hombre (Ed Harris), luego su mujer (Michelle Pfeiffer). Negado a escuchar a su esposa, el poeta les da alojamiento. Sin saber que está intromisión generará un clima de hostilidad, malestar y odio en el interior de la casa.

Este no es un film convencional, va mutando al correr de los minutos y exige distancia y compresión para entender a qué dirección va. Aronofsky tiene a su favor su capacidad de mantener al público en tensión, abrumándolo con escenas claustrofóbicas y perturbadoras. La ausencia de banda sonora es clave para incrementar el suspenso. Y el hecho de que ocurra todo en una misma locación ayuda al juego psicológico que intenta el director.

La narración tiene varias visiones, desde una ruptura matrimonial, la guerra entre los sexos, el inminente Apocalipsis y hasta incluso la paranoia social. Al final va a ser el espectador quien decide cuál es el mensaje. Lo que tiene en su contra es que el desenlace es largo y con muchos excesos, pero no deja de ser un gran ejercicio visual. Lo que comienza como una invasión a la privacidad se transforma en una perturbadora alegoría bíblica que busca reescribir él génesis en la modernidad.

Mención aparte para el gran trabajo de fotografía de Matthew Libatique, fiel colaborador de Aronosfky desde su comienzo. Y también hay que destacar el trabajo actoral de los protagonistas, principalmente Bardem y Lawrence que son capaces de cargar con un argumento agobiante y estar a la altura de la intensidad de cada episodio.