¡Madre!

Crítica de Andrés Brandariz - Cinemarama

People are strange

En una de las múltiples entrevistas que ha ofrecido Lucrecia Martel en el último mes, ella mencionaba cuáles fueron sus razones para eliminar la violación de una esclava del montaje de la película: su intención era no alimentar las fantasías violatorias que mostrar una escena de violencia de género podría generar en nuestra sociedad. Martel no se sintió capacitada para lidiar con las implicaciones de incluir semejante escena en la película. A lo largo del metraje de mother! (con minúscula y signo de exclamación, como querría su director) pensé mucho en este comentario: la película se posiciona en la vereda exactamente opuesta, narrando el suplicio de una mujer a lo largo de dos horas que alcanzan picos de tensión inusitados; también ofrece al menos dos imágenes que permanecerán en mi cabeza (y en mi estómago) durante mucho tiempo. Su apuesta es el impacto; sus pretensiones, un tanto banales.

Cada película de Darren Aronofsky es una apuesta fuerte en la que toma decisiones claras. Si tiene que estrellarse contra una pared (como en la infame La fuente, de 2006), se estrella, pero sus películas jamás sufren de las vacilaciones propias de un director con más recato. Tras El luchador (2008) y El cisne negro (2010), en las que pareció acercarse a temáticas y sensibilidades más cercanas al Oscar, dio un volantazo hacia una fantasía épica de alto presupuesto como Noé (2014), que fue un desastre de taquilla y de crítica. Acá vuelve a dar otro volantazo, pero en un ámbito mucho más controlado. Si mother! se convierte o no en otro desastre, es pronto para decirlo.

El máximo elogio que se le puede hacer a la película es que su puntapié inicial parece el de un cuento de Cortázar, como certeramente me lo señalara un amigo. En un espacio-tiempo convenientemente ambiguo, la esposa de un poeta (Jennifer Lawrence) se dedica con afán a reconstruir la casa donde conviven. Él (Javier Bardem) adolece de un bloqueo creativo muy sostenido que ha tenido como consecuencia un creciente distanciamiento afectivo de ella, quien procura comprenderlo y alentarlo en todo momento posponiendo sus deseos de ser madre. Todo cambiará cuando reciban la visita de un inesperado huésped (Ed Harris), un admirador del poeta que ha deseado conocerlo antes de que una enfermedad terminal acabe con su vida.

Con este admirador vendrán otros, de una conducta cada vez más intrusiva y exasperante. Lawrence, protagonista excluyente de la película, verá amenazado su nido de amor y luchará por defenderlo, a la vez que procurará complacer a su marido artista, quien no parece acusar recibo de lo extraño de todo y se muestra inspirado por la llegada de los desconocidos. Esta película es una maravilla: Aronofsky hace gala de un manejo de la tensión superlativo para freírle los nervios al espectador y a su protagonista, además de mostrar un humor agudo y malvado que recuerda a esa obra maestra que es Funny Games. No comprender la situación es parte del encanto y nos mantenemos atornillados al punto de vista de Lawrence en todo momento; la puesta de cámara, que mantiene su mirada en primer plano y su referencia en casi todo momento, tampoco nos permite irnos muy lejos.

Lamentablemente, por cada exhibición de su maestría, Aronofsky se comporta intermitentemente como un estudiante de cine deseoso de que lo tomen en serio. Y aparecen los traspiés. Si bien durante toda la película algo se nos permite sospechar, el tramo final aclara todo a través del diálogo más explicativo e indignante posible entre los personajes de Bardem y Lawrence: se trata todo de una alegoría. Bardem no es un artista, es “el” artista; tal vez hasta sea Dios. Lawrence es su “obra”, que tiene que destruirse para que él pueda volver a crear otra. Esta revelación, que seguramente Aronofsky imaginó como una genialidad, me frustró muchísimo. Nuevamente se manifestaba el director de La fuente, el que no cuenta historias sino que elabora una idea mental y la ilustra de la manera más literal posible. Es la tiranía del “mensaje”, la literalización del sentido. Ni siquiera la idea que procura plasmar (y luego explica) es demasiado inteligente: es más bien un lugar común, vestido con las ropas lujosas de una “película loca”.

Para colmo de males, este giro de la trama que Aronofsky ideó objetiviza a su protagonista. La objetiviza de manera literal: en una de esas escenas que mencioné anteriormente, y de las cuales mi estómago tomó nota, el personaje de Bardem le arranca el corazón al de Lawrence y de él extrae una piedra de una material extraño, que ya apareciera al inicio de la película: la inspiración, una idea brillante, el concepto abstracto que quieran. Total, nada de lo que vimos es lo que es, sino que representa algo más, algo que habrá que googlear en algún lado. ¿Habrá alguien que considere esto ingenioso? El personaje con el que viví una película entera, una mujer cuya transformación consistía en liberarse de un hombre que la ignora y la oprime, solo sirve a los propósitos de una reflexión bastante banal sobre la creación artística. ¿Por qué a Aronofsky no le basta con esto? ¿Por qué no le basta con crear un thriller de una intensidad increíble? En sus pretensiones, se minimiza.

Celebro que Darren Aronofsky tenga oportunidades para realizar una película con las libertades que se toma mother! en términos artísticos. Sólo deseo que las aproveche mejor. Y que no sea vueltero cuando está haciendo cine.