Mad Max: Furia en el camino

Crítica de Santiago Resnik - CineFreaks

Que nunca falte la nafta

Treinta y cinco años después del estreno de la original Mad Max (1979), el director George Miller revisita a su famoso guerrero del camino. Con una mixtura de la rabia incomprensible de la opera prima –a los villanos no les interesa más que la destrucción del mundo- y la carretera junto a las persecuciones como grandes protagonistas, característico de la segunda entrega, allá por 1981, el realizador australiano marca su vuelta al género apocalíptico. Vale destacar también que el estreno de Mad Max, furia en el camino en la prestigiosa cartelera de Cannes no es coincidencia, ya que fue precisamente la crítica francesa la que supo apreciar la entrega original y tildarla de western sobre ruedas.

Desde el característico auto V8 del oficial Rockatansky -ahora destartalado-, una pierna renga (¿referencia a Mad Max, 1979?), hasta el inmenso desierto post apocalíptico de contexto y una inminente persecución con infinidad de motos y camiones tuneados al estilo del dibujo animado Los Autos Locos, abren la nueva entrega del cineasta.

En los tiempos que corren no hay lugar para la construcción de personajes, sino confiar en las excelentes performances de Tom Hardy, el nuevo Max Rockatansky y Charlize Theron en la piel de Imperatore Furiosa, quien se roba la película, dejando al ex fetiche de Nolan en un segundo plano. Tres secuencias de acción y dos de descanso engloban al film en su totalidad, que sólo con veloces flashbacks y algunos otros guiños en los diálogos nos da vistazos del pasado de Max y su tortuosa culpa.

Con la vuelta de Hugh Keays-Byrne en el papel de antagonista principal, como en 1979, pero irreconocible desde su aspecto hasta en su estilo de personaje dictador, llamado Immortan Joe, dueño de la poca agua que queda en esa zona del planeta, envía a Furiosa (Theron) en un mega camión cisterna a la Ciudad de la Nafta por abastecimiento, pero sin tener en cuenta que los planes de esta eran llevar a puerto seguro a unas bellas mujeres, utilizadas por este dictador, como sus paridoras de guerreros saludables. Ante la reanudación de la persecución, ahora también tras estas mujeres, se suma el devenido héroe Max, quien hasta el momento era solo un dador de sangre para los llamados media-vida, seguidores de Immortan Joe. Estos seres de relleno, símiles a los motoqueros de Batman y Robin (1997), se dedican a cazar a los protagonistas incluso dispuestos a la inmolación para alcanzar las puertas Valhalla –el paraíso de la mitología vikinga-.

La nueva entrega del guerrero postapocalíptico del camino vuelve a abrazar al amor por los motores V8, el mal gasto de nafta y lo bizarro y caricaturesco de sus personajes y contextos como en la versión original. Pero también aprovecha las nuevas tecnologías y el alto presupuesto al abusar de explosiones digitales y entornos extremos, como monstruosas tormentas de arena. Mad Max, furia en el camino (2015) es un reboot atinado para los tiempos que corren, fiel a su mística, pero que se queda corta –como su original en 1979- de argumentos y la excusa recae siempre en lo espectacular de la persecución.