Mad Max: Furia en el camino

Crítica de Horacio Bernades - Página 12

Un marginal en plena distopía

Entre persecuciones, cacerías, vehículos y armas estrafalarias, toneladas de explosiones digitales y personajes raros, la saga recupera el espíritu de las dos originales, que puede verse como hipérbole trágico-feminista del clásico La diligencia.
A tres megasecuencias de acción y dos de reposo se reduce la estructura narrativa de la nueva Mad Max, que se estrena en la Argentina a la par de su lanzamiento planetario. Que ese lanzamiento tenga lugar en la luminosa vidriera de Cannes no deja de tener su lógica, teniendo en cuenta que fue la crítica francesa la que treinta y cinco años atrás supo descubrir en la primera de la saga la condición de “western sobre ruedas”. Reconectándose con un espíritu que la onda megaconcierto de Más allá de la cúpula del trueno (1985) había interrumpido tras las dos primeras (1979 y 1981), Furia en el camino puede verse como hipérbole trágica-feminista de La diligencia. Empezando por su estructura –el clásico de John Ford también alternaba grandes escenas de acción con otras intimistas– y siguiendo por su moral.Despojado de aquello que aún lo ligaba a lo social (la familia), Max Rockatansky siempre fue, como el Ringo Kid de John Wayne, un outsider, un marginal, un tipo que no se sabe bien de qué lado de la ley está. Si está en alguno. “En este mundo no se sabe quién está más loco, si ellos o yo”, duda hamletianamente Max (Tom Hardy, con voz raspada de Mel Gibson), mientras se traga una lagartija viva. Escrita por George Miller junto a Brendan McCarhty y Nick Lathouris, la nueva Mad Max se abre del modo clásico para una distopía: con imágenes y textos documentales (o seudodocumentales; algunos están fraguados), que cuentan los desastres que llevaron al fin de la humanidad. Por primera vez la saga, que siempre se mantuvo en el terreno de la parábola, se relaciona con la Historia, el mundo tal como se lo conoce, lanzándolo al futuro.Lo que sigue es el mundo tal como no se lo conoce. Uno en el que sólo se trata de sobrevivir. Alguna vez director de fotografía favorito de Peter Weir, el veterano John Seale extrae al desierto tonos azafranados que lo cubren todo. Allí, como es lógico, los líquidos escasean. La nafta, el agua, la sangre y un fluido que va a inclinar la trama hacia una zona inédita: la leche materna. Para convertir en “bolsa de sangre” al loco Max, unos seres pálidos como muertos, a los que se conoce como “media vida”, lo cuelgan de un guinche, le conectan una sonda y le incrustan una máscara como la que lució Robert Lewandowski en los dos partidos de la Champions contra el Barça. Los media vida necesitan sangre y la comunidad a la que pertenecen necesita nafta. Para proveerse de ella, el líder envía un convoy que, atravesando el desierto, deberá llegar a la Ciudad de la Nafta.El líder es Immortan Joe, que también usa máscara y una extraña coraza plástica (Hugh Keas-Byrne, el Homúnculo de Mad Max 2). La nafta la tiene que ir a buscar Imperator Furiosa (una calva y excelente Charlize Theron), conductora del camión cisterna, que lleva contrabandeadas a las cinco esposas a las que el líder usa como “paridoras”. Para qué y dónde las traslada y quiénes van a recibirlas, son cuestiones que no deben revelarse. Apenas cabe anticipar que el loco de George Miller inaugura aquí el feminismo combativo de la tercera edad. Al camión de Furiosa se subirá el fugado Rockatansky, e Immortan Joe lanzará tras ellos a sus motoqueros salvajes, que, como los apaches en La diligencia –o bucaneros en una de piratas– intentarán abordar el vehículo.En el origen, Max fue un trágico, un torturado por sus recuerdos, y en ese sentido Furia en el camino representa un regreso. Con un muñón por brazo y cojeando en algún momento de la pierna opuesta (como Mel Gibson en la primera Mad Max), la dura y lastimada Furiosa es, claramente, su versión en espejo, tiñendo de gravitas las escenas de reposo. El harén del cacique, el rol que se asigna a sus esposas y unos combatientes autosacrificados a los que se les promete el Valhala permiten relacionar, en una fina tangente, a los habitantes del desierto de Furia en el camino con algunos de sus contemporáneos. El resto es el bizarro batifondo que constituye marca de fábrica. Redoblando su pasión pastichera, Miller multiplica al infinito persecuciones, cacerías (que incluyen referencias a Hatari, de Howard Hawks), vehículos como de Los autos locos, las armas y dispositivos más estrafalarios, toneladas de explosiones digitales, personajes raros (infaltable enanito deforme) y un montaje que, atento a los tiempos rápidos y furiosos que corren, en las escenas de acción roza de a ratos el clip. Sin que nunca deje de entenderse lo que pasa, eso sí.