Mad Max: Furia en el camino

Crítica de Alejandro Franco - Arlequin

Les soy honesto: no soy un gran fan de la saga Mad Max. Las vi, me impresioné, y las archivé. Nunca compré ese futuro hecho con autos de descarte y loquitos pintarrajeados, quizás porque nunca me dieron la impresión de ser un mundo orgánico, creíble y viviente. Distinto es lo que me pasa con esta cuarta parte, la cual llega 30 años después del estreno del último filme de la saga. Quizás sea porque George Miller - pope de la franquicia - ha obtenido decenas de millones como para montar un espectáculo suntuoso y vasto, quitando ese aire de pobreza extrema que empapaba a las entregas previas; o quizás sea que los 30 años de demora han servido para que el autor pudiera complejizar su obra, llevándola a un nivel nunca antes visto. Como sea, Mad Max: Furia en el Camino es una entrega potente y hasta me atrevería a decir que es el mejor filme de la saga; es un show sobrecargado de nitro y adrenalina, en donde la creatividad fluye a niveles estratosféricos.

Este no es el mundo de payasos disfrazados de las anteriores Mad Max; aquí se respira un universo casi alienígena, dotado de sus propias reglas, en donde el lenguaje es bastardeado gracias a la ausencia de libros y medios de comunicación (razón por lo cual ha crecido salvaje y han formado su propio slang; ¿alguien recuerda el final de Threads?), los recursos son glorificados, y el auto se ha transformado en una especie de dios metálico viviente y omnipresente, la única causa por la cual vivir. Es tan distinto el clima de esta Mad Max 4 al del resto de las entregas que, por momentos, uno pareciera estar viendo una versión pistera de Dune: Immortan Joe es un ser pustulento y deforme, un Baron Harkonnen entronado en lo alto de una montaña y ofreciendo con cuentagotas la preciada especia mezclada - en este caso, combustible y agua -, las cuales son adoradas por su valía y escasez. Joe también parece ser el padre de toda una subraza de deformes, los cuales viven tan enfermos como su progenitor y necesitan renovar su sangre periódicamente para poder sobrevivir. Allí es donde entra a jugar Mad Max, el cual posee sangre de tipo universal y es un banco de transfusión viviente reservado para unos pocos privilegiados.

Los primeros minutos de Mad Max: Furia en el Camino son impresionantes. La fortaleza de Joe, dotada de gigantescas máquinas impulsadas a mano; la horda de loquitos fantasmagóricos que cree en una muerte gloriosa para agraciar a su líder; las demenciales máquinas de guerra, híbridos entre coches convencionales y masivos carros de combate saturados de espinas; y, por último, las persecuciones... ultraviolentas e interminables. Un masivo Derby de destrucción recargado de anabólicos y coreografiado por el Cirque Du Soleil, con acróbatas colgados de espigas bamboleantes prestos a abordar el expreso de Max, y una multitud de tipos pereciendo de la manera mas violenta posible. Eso sin contar con una tonelada de excentricidades ideadas por George Miller, las cuales son dignas de aplauso y van desde un cemeterio poblado por buitres humanos hasta un masivo camión de combate, atestado de altoparlantes y liderado por un guitarrista que toca una tonada infernal y cuyo instrumento vomita fuego como si fuera un lanzallamas.

Honestamente, no sé si Mad Max: Furia en el Camino es una gran película. Es un espectáculo impresionante pero, si uno reduce la historia a una página escrita, verá que las cosas no siempre tienen sentido - en especial la media hora final, en donde los protagonistas toman una decisión que me parece reñida con la lógica (es como pensar que, si matabas a Hitler, toda la Alemania Nazi se iba a poblar de tipos buenos y amigables, y se iban a rendir sin resistencia) -. El otro punto discutible es la pobre presencia del héroe, el cual termina siendo un secundario de su propio filme. La parafernalia visual de Miller lo absorbe todo y, detrás de eso, viene la potencia y el carisma del personaje de Charlize Theron... pero este Mad Max es demasiado opaco y monosilábico, y no es culpa de Tom Hardy (que es un tipo que desborda talento y ángel) sino del libreto, que prefiere tenerlo demasiado retenido para mi gusto.

Mad Max: Furia en el Camino es un filme impactante por donde se lo mire; hay un par de detalles que desbalancean pero el preciosismo visual de Miller es tan absorbente que uno termina por perdonar sus escasas desprolijidades en haras del gran espectáculo. Es una montaña rusa sobrecargada de emoción y adrenalina, lo cual pulveriza cualquier tipo de crítica que quieras hacerle y demuestra que, un tipo a los 70 años y rebosante de pasión por lo suyo como es George Miller, puede engendrar algo absorbente y formidable sin necesidad de traicionar sus ideales o de vivir obsesionado con los resultados de la taquilla. Una nota que deberían tomar George Lucas, Peter Jackson y tantos otros cineastas, los cuales han regresado a las franquicias que lo volvieran famosos sólo para arruinarlas o saturarse los bolsillos de dólares y desconociendo el daño que le han hecho a millones de fans que esperaban de ellos algo mucho mas creativo y honorable.