Macbeth

Crítica de Jorge Luis Fernández - Revista Veintitrés

Invencible de hombre nacido de mujer

Qué osadía, filmar una nueva Macbeth, tras el antecedente de la majestuosa versión escrita, dirigida e interpretada por Orson Welles, en 1950, y el de la diabólica versión de Roman Polanski, hecha veintiún años después: un baño de sangre que muchos colocan en la cima de la carrera del polaco.
Pero el director australiano Justin Kurzel no arrugó ante la historia y sus quilates. Su Macbeth lleva, en cierto sentido, la osadía y la virulencia de sus predecesoras a extremos sólo permisibles en el cine comercial de hoy. Escénicamente, Kurzel sitúa al drama de William Shakespeare en unas Highlands escocesas que oscilan entre la barbarie celta de barro y sangre, y un lujo gótico algo tardío. Pero bueno, es Hollywood. Y si hay algo inobjetable respecto de este film, es su vorágine visual, su alternancia de belleza y brutalidad (e incluso, si cabe el oxímoron, brutal belleza).
La elección de Michael Fassbender como uno de los traidores más famosos de la historia es otro fuerte de esta versión. El irlandés nunca falla en la creación de seres sinuosos, y desde el momento en que Macbeth tropieza con las tres enigmáticas brujas, aquellas que le tiran un karma lacerante, Fassbender muestra la transformación con histrionismo perfecto. Como Lady Macbeth, Marion Cotillard es, quizá, aún más soberbia, en el sentido opuesto a Fassbender: si este último entrega todo y más de lo imaginable para representar a alguien que traiciona a su rey y, luego, no escatima barbarie para ocupar el trono de por vida, Cotillard, como su fogonera, trabaja los intersticios del estereotipo de serpiente; su Lady M. es menos cruel que una adorable seductora.
La performance de Fassbender es también, previsiblemente, extrema. Su destreza física se destaca en todas y cada una de las escenas de acción, y a esta altura cabe preguntarse si la figura de actor no va mutando, año tras año, film tras film, en la del verdadero atleta del nuevo milenio. Más allá de estas consideraciones, Macbeth modelo 2015 no alcanza la virulenta genialidad de sus predecesores, pero ocupa con honra un tercer puesto en el podio. Lo cual no es poco.