Luz de luna

Crítica de María Bertoni - Espectadores

“El cine tiene un poco más de cien años de edad, y mucho de lo que hacemos se basa en emulsión de película. Esas cosas fueron calibradas para la piel blanca. Siempre hemos colocado el polvo en la piel para embotar la luz.

Pero mi recuerdo de crecer en Miami tiene una piel negra húmeda y hermosa, y esta película está destinada a reflejar la conciencia del personaje, tanto como la de Tarell y la mía, para ser honesto. Así que usamos aceite sobre las pieles. Quería que la piel de todos tuviera un brillo que reflejara mis recuerdos”.

Luz de luna es un largometraje tan único como sugieren las palabras de su director Barry Jenkins, que el crítico y programador Diego Trerotola transcribió en este artículo imperdible. Sin dudas, el trabajo fotográfico de James Laxton en pos de una estética cinematográfica distinta de aquélla concebida para personajes caucásicos honra no sólo los recuerdos del realizador y del autor de la historia personal convertida en guión -el mencionado Tarell (Alvin McCraney)- sino la identidad de esa Miami morocha que no muestran ni las producciones de Hollywood, ni los afiches de agencias de turismo, ni los folletos de agencias especializadas en inversiones offshore.

Bajo la luz mencionada en el título de este film que produjo Brad Pitt, avanza el proceso de sospecharse, saberse, asumirse homosexual en un contexto hostil, en este caso tributario de un origen desafortunado: nacer negro, pobre e hijo único de madre soltera y adicta al crack. El proceso lleva sus dolorosos años; de ahí la decisión de narrar esta crónica de supervivencia en tres tiempos: infancia, adolescencia, adultez temprana.

A cada instancia le corresponde un actor protagónico distinto. El niño Alex Hibbert y los jóvenes Ashton Sanders y Trevante Rhodes encarnan con consistencia rasgos diferentes y coincidentes entre las tres versiones del mismo personaje que -dicho sea de paso- también muda de sobrenombre: primero Little, luego Chiron, por último Black.

Jenkins y McCraney evitan el exceso de dramatismo que ha malogrado tanto (tele)film sobre la violencia que los chicos homosexuales enfrentan en sus hogares, barrios, escuelas. El desempeño de los actores protagónicos y de los secundarios Mahershala Ali, Jharrel Jerome, André Holland, Janelle Monáe y Naomie Harris es acorde a esta aproximación tan delicada como la canción almodovariana que integra la banda sonora.

La película de Jenkins conmueve especialmente a los espectadores atentos a la estrecha relación entre piel y memoria. Acaso esta porción de público encuentre alguna influencia proustiana en la estrategia de untar aceite en los cuerpos para convertirlos en pantallas lustrosas donde proyectar recuerdos.

Luz de luna se estrenó el primer jueves de febrero en las salas porteñas. Es de esperar que las nominaciones a ocho premios Oscar la mantengan en cartel hasta -por lo menos- el jueves siguiente a la ceremonia de entrega.