Luna Nueva

Crítica de Laura Gehl - Cinemarama

Recuerdo que a propósito del estreno de Crepúsculo, en Cinemarama Radio hablamos de vampiros, así generalizando grosso modo. La película no había cautivado a nadie, sino más bien todo lo contrario, pero se presentaba como una buena excusa para hablar de un tema que a todos nos resultaba atractivo y, a pesar de que no se sacó ninguna conclusión de tal caótica charla, quedaba claro que todos teníamos (tenemos) un vampiro favorito; por supuesto, ninguno era Edward Cullen.

Edward Cullen (Robert Pattinson) es el peor vampiro de la historia del cine, y es que básicamente Crepúsculo y Luna nueva son las peores películas de vampiros que existen, y antes de que algún exaltado me diga que en realidad son películas románticas o algo por estilo, les digo que tienen razón, y que Crepúsculo y Luna nueva son dos de las peores películas románticas que existen. En la primera, este aspecto tenía mayor peso, la película presentaba a los personajes y el enamoramiento entre ellos, su descubrimiento mutuo. El romanticismo era telenovelesco y absurdo y el erotismo era una ilusión, pero al menos se esbozaba una historia de amor entre un vampiro y una mortal: era claramente una película introductoria.

En Luna nueva, en cambio, por su carácter de continuación de la anterior, los personajes ya están establecidos y el amor declarado. Lo que se presenta entonces es el desamor, la desilusión y el dolor que éste produce, entremezclado con el componente fantástico (por llamarlo de alguna manera amable). Edward debe dejar a Bella (Kristen Stewart), no importan los porqués, de hecho todo el argumento de esta segunda parte es un delirio absoluto que no vale la pena mencionar en detalle, pero hay hombres lobo, organizaciones democráticas de vampiros y hasta tratados bilaterales entre unos y otros. En síntesis: una trama enredada aunque no compleja, un show-off de efectos algo burdos en varias escenas y no mucho más, pero sí mucho menos.

A Luna nueva le falta algo fundamental (además de vampiros atractivos): erotismo y sexo. Edward no puede besar a Bella sin “tentarse” y como no la quiere “convertir” no la toca, se desean (algo que parece más real y palpable en ella, aunque forzado), pero no pueden concretar. Edward es como un Jonas Brothers de los vampiros: casto, asexuado, susurrante como Pablo Echarri en una mala novela, un modelito pálido, objeto de deseo inalcanzable, una imagen para decorar un cuarto adolescente. Y abandona a Bella, y ella queda sumida en el más profundo dolor y desconcierto, en el único momento destacable de la película, donde el paso del tiempo se mide en sufrimiento de manera cinematográfica, un momento en el que parece haber un director detrás de cámara. Es durante esa etapa donde hace irrupción el personaje de Jacob (aparecía sin mucha importancia en la primera), moreno, alto y anabólicamente musculoso, tratando de ocupar el lugar vacío que deja el vampiro, pero con la misma tesitura que su contrincante (porque es un hombre lobo): te besaría pero me da miedo achurarte en un momento de pasión, y por eso tampoco con él habrá otra cosa que un “apenas me acerco”, de hecho, en el momento en el que finalmente quizá, por ahí, quién te dice se dan un beso, suena el teléfono, y lo que podría ser no es.

Y a raíz de esto es que pienso y me pregunto (sin respuestas, quizá lo podamos debatir): ¿por qué esa absoluta carencia de tensión sexual, de erotismo, de despertar sensual incluso, en una película destinada al público adolescente y femenino? ¿Por qué se hace eco del mero culto a la imagen, en especial la masculina, sin profundidad, sin otro espesor que el del cuerpo mismo, y sin hacerse cargo de lo que provoca? Es decir, tanto en Crepúsculo como en ésta, hay una exaltación de la imagen masculina; podemos acordar en la convención de que el vampiro es un ser hermoso por naturaleza (ahí está Gary Oldman en Drácula para confirmarlo), aunque Edward tenga el sex-appeal de mi muñeco patas largas de River, Sabela, pero no se hace nada con eso más que declamarlo, mostrar su delgadez de tanto en tanto y hacerlo caminar en cámara lenta. Algo similar sucede con el personaje de Jacob, al que Bella le dice, como poniendo en palabras el pensamiento de la platea: “sos hermoso”, y cual publicidad de Colbert se saca la remera (ante el gritito histérico de las chicas en la sala) para no ponérsela nunca más, exhibiendo sus músculos pero conteniendo toda la sexualidad que un adolescente puede tener a flor de piel. Entonces, ¿la castidad vende? ¿Cuánto tiene que ver en todo esto que la autora de las novelas sea mormona? ¿Es por eso que Edward solo acepta “convertir” a Bella si se casan primero? Y finalmente, ¿Cómo es posible que esto, una película mala, aburrida, y que en lugar de personajes presenta pósters para admirar, bajo una concepción retrógrada, conservadora y rancia, sea un éxito de taquilla?