Lulu

Crítica de Marianela Santillán - Proyector Fantasma

En Lulú, Luis Ortega una vez más muestra personajes marginales tal como ya hiciera en Dromómanos; en este caso se enfoca en Ludmila (Ailín Salas) y Lucas (Nahuel Perez Biscayart), una joven pareja que vive en una pequeña casucha en de Parque Thays (Recoleta).

Ambos, dentro de sus pequeños universos urbanos, viven y sobreviven como pueden: él recoge desechos y huesos de las carnicerías de la cuidad en un camión conducido por Daniel Melingo -quien también es el responsable de la música del film-, y ella recorre calles y avenidas en una vieja silla de ruedas que supo necesitar en algún momento, pero que ahora utiliza como elemento lúdico, o bien como herramienta para pedir monedas en semáforos. Él carga siempre un arma con balines, que de vez en cuando utiliza para robar, amenazar, o simplemente para divertirse y hacer tiros al aire, mientras baila en distintos lugares de la cuidad. Él habla bastante, dice, niega, ríe y afirma, mientras que ella es más silente y misteriosa, pero a cuenta gotas va dando información sobre como llegó allí, y que dejó atrás.

Así Ortega elije expresar una manera peculiar para narrar primero el nacimiento, y luego el agotamiento de un amor que supo ser vertiginoso -como Lucas- pero ahora apenas es la sombra agotadora de ese recuerdo que poco a poco comienza a oxidarse, cual metal de silla de ruedas. Sin embargo, lo que comienza como una gran propuesta, marginal, roquera y sin sentido, lentamente va perdiendo fuerza en el relato, sobre todo hacia la segunda mitad del film, cuando los propios personajes comienzan a evidenciar una carencia de estructura o de identidad que lo lleva a realizar acciones que nada tienen que ver con el planteo inicial que el realizador presentaba.

En definitiva, esta película nos habla de libertad, de fragilidad y del dualismo sano/enfermo en un universo pensado como relegado por un director que está bastante lejos de esa realidad, y que en su intento por plasmarlo en la gran pantalla, hace notoria esa falta de naturalidad, (que si se evidenciaba en films de Leonardo Favio, claro inspirador de Lulú) que aquí se aborda de forma torpe.