Lucy

Crítica de Migue Fernández - Cinescondite

Lucy es un nombre más en la lista de mujeres fuertes que Luc Besson ha sabido trasladar a la gran pantalla. El guionista y productor de Taken y The Transporter, franquicias por excelencia del sujeto dotado de un conjunto de habilidades letales capaces de eliminar a todo aquel que se cruce en el camino, siempre ha tenido una debilidad por las protagonistas femeninas a la hora de sentarse en la silla de director. Nikita, Juana de Arco, la Leeloo de The Fifth Element, la Aung San Suu Kyi de The Lady o la Mathilda de Léon son ejemplos del empoderamiento femenino que el francés siempre profesó, el cual lleva un paso más lejos con Lucy, su primera superheroína.

Es imposible de ocultar el hecho de que su film guarda un parecido notable con Limitless (2011), semejanza que se acrecienta con la cercanía temporal de uno con otro. Aún así, hay una diferencia fundamental y tiene que ver con el tono elegido. Con la premisa del uso del 100% del cerebro, Neil Burger apuntó a hacer un thriller creíble con los pies sobre la tierra. Besson, por su lado, aspira al terreno más lúdico, a un film explosivo con toques de comedia negra, una celebración de la figura de Scarlett Johansson como la diosa de armas tomar, un aliciente para la película en solitario de Black Widow que por lo pronto no llega. El francés se refugia en la pretendida ciencia y en la filosofía barata para darle una justificación a lo que propone, algo que se pone en boca de un actor siempre identificado con la sabiduría como es Morgan Freeman, aunque lo cierto es que alcanza con tener a la actriz en pantalla, dándole su merecido a todo aquel que lo requiera.

El gran problema de Lucy está en la mera concepción del proyecto o en su ejecución. El acceso al 100% de la capacidad cerebral es gradual, por lo que poco a poco el personaje se vuelve menos emocional, más frío y calculador, a la vez que parece ser capaz de hacer cualquier cosa que se proponga, como controlar la totalidad de su organismo o conectarse con la historia del mundo. La cuestión es que mientras más se desapega Lucy de su entorno, más distancia toma de la audiencia. De ser una joven vulnerable y usada, alejada de una familia que necesita, pasa a ser una máquina con la que es imposible sentir empatía. Así, su destino parece no ser importante. Si vive o muere es indiferente a un público condenado a contemplar su accionar, pero sin realmente preocuparse por él.

Como cualquier producción tocada por el cineasta francés, Lucy goza de algunas destacadas secuencias de acción, como la clásica persecución en auto que puede hallarse en la mayoría de sus thrillers. El montaje de imágenes documentales para reforzar lo que la joven atraviesa y una fotografía brillante que aprovecha toda la paleta de colores, ayudan a delinear un film dinámico de 89 minutos hiperquinéticos que transcurren a una velocidad pasmosa. No hay una gran pretensión detrás de la película, que se siente más como un film clase B de alto presupuesto. Y como tal, sobresale.