Lucy

Crítica de Iván Steinhardt - El rincón del cinéfilo

Estupendo trabajo de Scarlett Johansson a las órdenes de un cineasta que sabe contar historias

Desde hace rato sabemos de la devoción de Luc Besson por el papel que la mujer juega en la vida de un mundo excesivamente masculino. Es tan grande la influencia de la mujer que ésta termina convirtiéndose en el catalizador servil a poner orden en la vida de los hombres, ya sea para redimirlos como en “Angel-A” (2005) o “El perfecto asesino” (1994); salvarlos en “El quinto elemento” (1997) o directamente enfrentarlos para ocupar su lugar de igualdad superadora como en las biográficas”·Juana de Arco” (1999) o “La fuerza del amor” (2011). Hasta en “Una familia peligrosa” (2013) la esposa y la hija funcionaban como factor de contención afectiva aplicando una contra-violencia acorde al contexto. Sin dudas, la primera mujer en rebelarse contra los mandatos machistas, a la vez que exponiendo fragilidad, fue “Niñita” (1990). Por ese lado va este último opus sobre damas devenidas en heroínas.

Comienzo. Lucy (Scarlett Johansson) es turista en Taiwan. Anduvo de joda a la noche, conoció a un tipo y ahora está en la puerta de un hotel de lujo con él, negándose a entrar con un maletín de misterioso contenido para entregárselo a un tal Sr. Jang (Choi Min Sik). Esposas mediante, es obligada a realizar la tarea. Un minuto después, su ocasional “chongo” es baleado y ella llevada varios pisos arriba, en donde éste capo (violentísimo), de una suerte de cartel de drogas asiático, la somete a preguntas cuyas respuestas, por supuesto, desconoce. Lucy será forzada a trabajar de mula para transportar lo último en super-drogas. En un montaje paralelo a estos hechos, el profesor Norman (Morgan Freeman) da una cátedra sobre una hipótesis respecto a la supuesta capacidad de telequinesia, telepatía y otros poderes, que el cerebro humano tendría si utilizara su cerebro al cien por ciento. En este montaje aparece un humor seco que da pie a lo que viene después.

Así como ocurría con Nikita, el personaje de Lucy sufre una metamorfosis que invierte los roles de dominada en dominadora, y de presa en cazadora. Mientras tanto, el guionista y realizador va profundizando y llevando al extremo la teoría científico-filosófica que ayuda a instalar el verosímil de manera inapelable. El estupendo trabajo de Scarlett Johansson potencia las características del personaje, otorgándole una constante impronta de belleza y frialdad a medida que su Lucy va adquiriendo más poder.

Tal vez uno de los mayores méritos de Luc Besson, además de confiar en su equipo habitual (la banda sonora de Eric Serra es brillante), sea la dinámica de la compaginación hecha por él mismo, en concordancia con el ritmo que pide el guión. Lucy no da respiro ni lugar para pensar lo cual, tratándose de una película que habla de la capacidad del cerebro, es una de las grandes ironías.

El francés sabe contar una historia de este tipo porque respeta a rajatabla los preceptos de la narrativa clásica. Es cierto: se va alejando inexorablemente de aquel poeta que supo mostrar como pocos el amor fraternal en aquella entrañable “Azul profundo” (1988), pero también es verdad que como cineasta está abocado a otro tipo de cine donde de vez en cuando se da un lugar para la fantasía visual, como por ejemplo toda la escena en la cual Lucy trasciende en el ejercicio de la memoria genética.“En realidad nunca morimos”, dice en un momento. El buen cine tampoco.