Lucky

Crítica de Gaspar Zimerman - Clarín

Harry Dean Stanton podría haber sido el secretario general del sindicato de that guys: participó en más de un centenar de películas, siempre en roles de reparto. Con dos excepciones: Paris, Texas (1984), de Wim Wenders, el clásico que le puso nombre a su rostro y le dio status de leyenda; y esta Lucky, suerte de legado, que filmó a los 89, dos años antes de morir.

Su último protagónico se funde con el primero: es imposible evitar pensar que este anciano de sombrero de cowboy caminando por un paisaje desértico no es otro que Travis nonagenario. Pero Lucky deambula por su pueblo sabiendo muy bien hacia dónde va: se aferra a su rutina diaria -yoga, cigarrillos, crucigramas, bar de día, bar de noche, el almacén, los concursos televisivos- casi como a un talismán contra el paso del tiempo.

Un desmayo inexplicable le recuerda que, igual, las hojas del calendario van cayendo. El diagnóstico del médico es terminante: vejez. “Nadie sale vivo de aquí”, le explica al atribulado paciente. Entonces queda claro que la opera prima de John Carroll Lynch -otro that guy célebre- es un ensayo sobre el crepúsculo de la vida.

“Tengo miedo”, confiesa este suertudo que llegó impecable a los 90. Sabe que no le queda mucho, pero aquí no hay dramatismo ni epifanía: Lucky mantiene sus hábitos, tabaco incluido.

Consciente de la impunidad que dan los años, puede andar por ahí en calzones y botas, con los pelos largos desgreñados. Parco y frontal, su sociabilidad está acotada a un par de mozos, una cajera, los parroquianos de un bar (incluyendo a David Lynch como un hombre a quien se le escapó la tortuga).

En un registro similar al de Paterson, de Jim Jarmusch, hay diálogos cargados de existencialismo, con escenas logradas y otras un tanto forzadas, en las que el intento poético se torna empalagoso.

Lucky es, según sus creadores, una “carta de amor” a Stanton. Por momentos, este homenaje se excede en el propósito de mostrar lo querible que era el homenajeado. Pero no deja de hacerle justicia a un actor que tuvo el doble mérito de brillar desde un segundo plano.