Lucky

Crítica de Alejandro Lingenti - La Nación

Harry Dean Stanton falleció en septiembre de 2017, dos semanas antes del estreno comercial de Lucky en los Estados Unidos. Tenía 91 años y un carrera actoral notable cuyo cenit fue, sin dudas, su inovidable protagónico en París, Texas (1984), del alemán Wim Wenders.

El dato es relevante porque esta crepuscular y emotiva película, ópera prima de otro actor consolidado en roles secundarios (John Carrol Lynch), funciona como poético y justiciero homenaje a su protagonista.

Stanton llena de verdad a ese anciano gruñón, orgulloso, notablemente perspicaz y ajustado obsesivamente a la rutina: ejercicios matutinos, un vaso de leche fría, tabaco por doquier, lentas caminatas por el pueblo, afición por los crucigramas, café en un diner y un Bloody Mary para cerrar la jornada en un bar con parroquianos tan exóticos como el que interpreta con gracia el cineasta David Lynch, agobiado por un incidente menor con una tortuga huidiza.

Esos días plagados de repeticiones se ven alterados de vez en cuando por los encuentros del protagonista con algunos personajes que lo empujan a reflexionar, a rememorar los pliegues de un pasado que se esfuma, a tomar conciencia de un destino que lo acecha y a enfrentarlo con temor, pero también con templanza.

Difícil imaginar una despedida mejor para ese cowboy desgarbado que esconde detrás de una fachada deliberadamente hostil una tierna fragilidad que desarma.