Love punch

Crítica de Cecilia Martinez - Función Agotada

En la mayoría de las comedias de rematrimonio la premisa suele estar centrada en la idea de la irrupción de un suceso extraordinario (en el sentido de no ordinario, no habitual) que lleva a la ex pareja a revincularse de algún modo -en general, a regañadientes- para luego desembocar en la reconciliación, en la vuelta al matrimonio, pero con ambos integrantes modificados, cambiados radicalmente por esa experiencia vivida.

Love Punch sigue esta receta sin desviarse ni una pizca. Richard (Pierce Brosnan) y Kate (Emma Thompson) son un ex matrimonio pero se llevan bien, pueden verse en un casamiento, charlar y hacerse chistes el uno al otro. Él, aparentemente, la dejó a ella por una pendeja y ese fue el fin. Pero no hay rencores en la actualidad, y ambos despiden a su hija que se va a estudiar afuera y conversan juntos con su hijo por Skype. Ninguno volvió a formar una pareja estable y no parecen del todo contentos con su soledad doméstica.

Un día, de la nada, irrumpe el suceso extraordinario que traerá aparejados sucesos aún más extraordinarios: la empresa de Richard entra en quiebra, producto de la compra y posterior liquidación de acciones por parte de un empresario extranjero. El futuro jubilatorio de Richard y Kate, además de los ahorros para la universidad de sus hijos, hechos añicos. Es así como ambos deciden viajar a Paris a encontrar al empresario millonario y pedirle amablemente que les devuelva lo que les robó. Nada de eso sucederá. Pero, en todo caso, es lo que menos importa.

Pero… ¿En qué se relaciona lo disparatado, el código del humor bobo con la comedia de rematrimonio? Aviso: voy a spoilear el final.

En ese contexto extraordinario, en París, luego de un largo derrotero de acciones disparatadas y bobas, jugando a ser ladrones, irrumpiendo en fiestas, robando diamantes, secuestrando gente, y metidos en una camioneta a punto de caer en un precipicio, Richard y Kate vuelven a amarse, a ser felices juntos, como producto de una epifanía o de un proceso de combustión espontánea. Lo que los llevó, en primera instancia, a divorciarse, a no elegirse más durante años, pierde relevancia. Lo que importa es la aparición de ese algo externo que rompe con la rutina. Y no solo rompe con la rutina, sino que, y más importante aún, los hace sentirse jóvenes de nuevo.

Ahí está el punto, en el automatismo de la comedia de rematrimonio focalizada en la recuperación de la juventud.

En este tipo de comedias, importa menos un aprendizaje o una (re)construcción paulatina de la relación, a partir de un replanteamiento de la pareja y un deseo mutuo, que la sensación de volver a ser jóvenes de nuevo, como cuando se conocieron, y compartir situaciones extraordinarias que los saquen de la rutina que alguna vez tuvieron y que, podríamos deducir, los condujo al fracaso. Se necesita la irrupción del suceso externo, la vuelta a la juventud, como si el amor y la “aventura” estuvieran inexorablemente asociados a esa etapa de la vida. Claro, se trata de una concepción pueril del amor, que supone que una aventura absurda puede volver a unir a una pareja que estuvo separada durante años. No hay construcción posible, no hay replanteamientos, no hay procesos, no hay aprendizaje alguno.

En Love Punch no hay construcción posible, no hay replanteamientos, no hay procesos, no hay aprendizaje alguno por parte de los personajes.
Cuando en realidad, como todos sabemos, las cosas suelen ser un poquito más complicadas, y ahí aparecía, por el año 2009, It’s Complicated (Nancy Meyers), para demostrarnos que las cosas no son fáciles, que la chispa puede volver a encenderse pero que una relación no se reconstruye de un día para el otro, mucho menos a causa de un suceso fantástico. Las relaciones son complejas, las personas somos complejas y, si ya de por sí es complicado estar en pareja, ni hablar de sostener una durante años o volver a elegir a una pareja después de que uno dejó de elegirla. Y ahí estaban Alec Baldwin y Meryl Streep para dar fe de eso, en una película absolutamente sincera, que los mostraba como dos personas complejas, con matices, con profundidad, que se replanteaban sus parejas y sus elecciones. Y ahí estaban ellos para demostrarnos que lo extraordinario puede ser volver a sentir cosas por el otro, volver a reconectarse con el otro desde un lugar distinto pero que, sin embargo, todo eso podía no ser suficiente para una reconstrucción.

Y, tal vez lo más importante, nos demostraban que no es necesario sentirse joven para volver a experimentar amor o deseo. Salir del lugar común que asocia inevitablemente ambas cosas puede ser un logro no menor. El rematrimonio puede darse a cualquier edad, sin necesidad de aventuras bobas y extraordinarias, sin viajar a Paris y sin vestirse y hacer cosas de “pendejos”.

El inconveniente de Love Punch, en definitiva, más allá de su humor bobo, es que -como si no hubiera pasado tiempo desde la invención de la comedia de rematrimonio- el rematrimonio sigue siendo un acto de combustión espontánea, una epifanía juvenil. Nada de viejos arrugados y chotos, que para eso lo tenemos a Haneke.