Los viajes del viento

Crítica de Mariana Mactas - Crítica Digital

Antropología con vallenatos

Ignacio Carrillo, leyenda del acordeón, cruza Colombia para devolver el instrumento a su maestro. Por el camino atraviesa valles y montañas, desiertos y pantanos. Lo acompañan un burro y un aprendiz autoinvitado. Ignacio y Fermín compartirán muchos silencios y algunos intercambios de palabras, construyendo una relación maestro-alumno entrañable.

El director, Ciro Guerra, sigue a sus dos personajes con una fotografía vistosa en la que la fuerza del paisaje deslumbra sin caer en la postal. Los silencios, el sonido de la naturaleza y el ruido de las fiestas populares que encuentran los viajeros hacen de esa naturaleza un sitio real, aunque maravilloso a ojos extranjeros. Las secuencias musicales funcionan casi como separadores, en los que Los viajes... pasa a funcionar como la filmación de ese show, entre fiestero y melancólico, que regala el vallenato. En unas y otras imágenes, sin embargo, Guerra se enamora de la fuerza visual –y musical– de su material, hasta olvidar su historia y ponerse parsimonioso, solemne, a veces críptico. Una edición más ágil y menos minutos hubieran contribuido a que el aliento poético, subrayado ya desde el título, surgiera tan espontáneamente como la belleza de las fuerzas naturales fotografiadas. Convencida de la importancia de lo que muestra, la película, que recuerda a El camino de San Diego, de Sorín, aburre un poco. Y así deja la sensación de un producto bien realizado para mostrar qué linda es Colombia y su gente.