Los viajes de Gulliver

Crítica de Martín Fraire - País 24

Ni respetuoso con el estereotipo

En este Hollywood tan falto de ideas, el anuncio de una adaptación a la pantalla grande del siempre vigente Los viajes de Gulliver no sorprendía, aunque si generaba ciertos prejuicios de antemano.

Pues bien se sabe que el contenido de la novela que creara Jonathan Swift en 1726 era –muy a pesar de su considerado contenido infantil- una cruda crítica sobre la realidad política europea y una sátira evidente respecto a la condición humana.

Vale decir entonces que esta edulcorada versión no sólo no es más que una sombra de lo que representa el título en su totalidad, sino que incluso utiliza el nombre Gulliver con la extraña herencia que los años le han dado a la historia: el famoso navegante que despierta en una isla rodeado por pequeños hombres y vivirá algunas aventuras junto a ellos. Quedan de lado entonces las visitas a Brobdingnag (sólo se le otorga cinco minutos en el film), Laputa o la ciudad de los Houyhnhnms, por citar algunos.

La película que dirige Rob Letterman, con antecedentes exclusivos en el mundo de la animación (realizó El Espantatiburones y Monstruos vs. Aliens) cuenta como principal atractivo con el protagonismo de Jack Black (mucho menos histriónico que en sus mejores películas) acompañado de un gran –y desperdiciado- elenco: Emily Blunt. Amanda Peet, Jason Segel, Billy Connolly y Chris O’Dowd.

Aquí Lemuel Gulliver no será un doctor amante de los viajes, sino un encargado de correo que, decidido a conquistar a una mujer, emprende un viaje hacia el Triangulo de las Bermudas con el fin de escribir una nota para un periódico. Perdido tras una tormenta, el personaje despierta –cómo no- atado de pies a cabeza en Lilliput, un reino habitado en su totalidad por diminutos seres humanos.

Precisamente la historia se encarga de tomar sólo los pasajes más conocidos de Los viajes de Gulliver para readaptarlos y mezclarlos con gags sobre ciertos temas de la cultura popular moderna (desde chistes con Avatar y Titanic, hasta unos Kiss lilliputienses).

Pero el problema es con el guión de Joe Stillman y Nicholas Stoller, que parece no dejar afuera ningún lugar común, moralina sobre el sueño americano del “hazte valer por ti mismo” incluida. Los inconvenientes alcanzan incluso para avalar al Gulliver yanqui como un colonizador capaz de transformar a la noble capital del reino en un Times Square neoyorquino, que cambiará no sólo las conductas de los habitantes sino también su forma de hablar y vestir. Toda una muestra de principios.

La película intenta ser una simpática exposición de las capacidades actorales de un Black que no logra demasiado entre tanto metraje estructurado. Pero deja tan de lado las vanidades de la historia original, que ni divierte ni invita a la reflexión.

Los viajes de Gulliver se centra en el estereotipo más superficial de la novela de Swift, a punto tal que bien podría ser comparada con una película del Quijote, en la que el noble caballero hidalgo sólo se la pase peleando contra molinos de viento. Ojala nunca pasemos por –otra- experiencia semejante .