Los Vengadores: Infinity War

Crítica de Enrique D. Fernández - Metacultura

Unidos y dominados

Para cuando se estrenaba la primera entrega de Iron Man (2008), el ámbito popular se rendía ante un Robert Downey Jr. (desde ese momento, y para siempre, inmerso en la piel de Tony Stark) que se apropiaba del personaje principal (un magnate devenido en idealista y pacificador) y de la rentabilidad impregnada en su armadura. Aquella imagen le revelaba al consumidor comiquero las intenciones de la industria de Marvel por instaurar a largo plazo una franquicia dominante en el mercado de los blockbusters.

Una década después, con la llegada de Los Vengadores: Infinity War (Avengers: Infinity War, 2018), el productor Kevin Feige finalmente consolida aquel ambicioso proyecto (una maniobra respaldada con personajes inventados durante los preludios de la historieta) y que desde los estudios Disney estuvieron planificando para adueñarse del calendario mainstream. En todos estos años casi una veintena de capítulos desfilaron para convertir a la saga del Universo Cinematográfico Marvel (UCM) en una maquina lucrativa a la altura del fenómeno Star Wars.

Claro que durante el proceso surgieron altibajos en secuelas que estaban forzadas a sustentar la identidad del producto, aunque en ocasiones también aparecieron compuestos bastante acertados, como la aventura moderada de Los Vengadores (The Avengers, 2012), la sátira introspectiva de Iron Man 3 (2013), el thriller de espionaje en Capitán América y el Soldado del Invierno (Captain America: The Winter Soldier, 2014), y la caricatura canchera de Guardianes de la Galaxia (Guardians of the Galaxy, 2014).

Digamos que con Los Vengadores: Infinity War, aquellos atributos que enaltecen a la productora finalmente se potencian para transformar a este croosover marveliano (todo el universo masificado) en puro libertinaje comercial. Como en cada oportunidad, no faltarán los diálogos superficiales, los chistes para alivianar el melodrama, las escenas de acción rimbombantes y una calidad envidiable de efectos especiales. Sus directores, los hermanos Anthony y Joe Russo, ya habían testeado semejante estrategia de marketing en Capitán América: Guerra Civil (Captain America: Civil War, 2016), donde la excusa de intercalar a sus caballitos de batalla opacaba las internas de una subtrama ideológica (estos mercenarios superdotados eran obligados a firmar un acuerdo que los obligaba a obedecer las directivas del Gobierno).

El conflicto principal de este episodio encuentra a Thanos, el villano que hasta entonces movía los hilos desde los confines del espacio, en la búsqueda de seis gemas poderosas que necesita para completar el Guantelete del Infinito (un arma cósmica que le permite aniquilar a la mitad del universo). Claro que Los Vengadores, en sociedad con los Guardianes de la Galaxia y otros cuantos aliados, deberán limar asperezas y retomar sus servicios en defensa de la humanidad para confrontar a Thanos y su ejército de criaturas invasoras.

A diferencia del intelecto operístico comandado por Joss Whedon en las entregas anteriores, los Russo apuntan a una dinámica del desarrollo. Digamos que los directores se terminan adecuando a las demandas del espectador promedio (descartan cualquier tecnicismo elaborado y se conforman con encadenar secuencias ordinarias); y para solventar el objetivo de dimensionar a toda la comunidad de superhéroes, terminan agrupando a estos personajes en instancias fraccionadas. Pero, a diferencia del carisma desgastado que vienen cargando los involucrados, el verdadero atractivo se encuentra en Thanos, un genocida con profundidad emocional que sobresale por encima de todo. Finalmente, al promediar la contienda de Wakanda entre la resistencia terrícola y las criaturas enemigas que representan a Thanos, la franquicia adquiere una tonalidad de epopeya con el agregado de un cliffhanger bastante engañoso (esta fase termina de ratificar el efecto que las series tuvieron en el tipo de demanda que la misma sociedad reclama).

Los Vengadores: Infinity War es una sucesión de secuencias adulteradas (un contraste entre pesimismo y comicidad) que persisten mediante la fórmula inoxidable de sus productores. Los fanáticos pueden argumentar que sus directores son arriesgados al momento de tomar decisiones (eliminar personajes, digamos), pero los Russo simplemente se conforman con complacer al fandom cosificado (los términos establecidos son funcionales a sus consumidores). Hablamos de otra conquista millonaria por parte de Feige y esa gran bestia pop que son los estudios Marvel.