Los Vengadores 2: Era de Ultron

Crítica de Ignacio Andrés Amarillo - El Litoral

Súper grupo de terapia

“No confío en alguien que no tiene un lado oscuro”. La frase la dice en la cinta el habitualmente más pícaro Tony Stark. Y podríamos decir que es la base sobre la que Stan Lee edificó el Universo Marvel en los ‘60, en la denominada Edad de Plata. Claro, tuvo la suerte de poder empezar casi de cero (heredó al Capitán América, cocreado por su mejor compañero de trabajo, el “Rey” Jack Kirby), mientras que del otro lado Carmine Infantino se fatigaba tratando de organizar el Universo DC, con viejas franquicias que no siempre habían estado juntas. Cuando Infantino jugó la carta de la Liga de la Justicia (la reunión de sus mejores personajes), Lee le tiró con Los 4 Fantásticos, pero igual se dio el gusto de armar su propio rejunte de personalidades: Los Vengadores.

Y ellos son el eje sobre el cual Marvel Studios desarrolló una de las experiencias más osadas en el cine: organizar entre sí una serie de costosos filmes como se interconectan los títulos de la editorial madre. De hecho, hasta las series televisivas como “Agentes de Shield” o “Daredevil” tienen lazos con los eventos de la primera reunión de Los Vengadores (las franquicias de X-Men y Spider-Man van por otros lados).

Despliegue y contenido

¿Cómo podía hacer el guionista y director Joss Whedon para superar lo que había hecho en aquella cumbre? Por el lado visual, buscar que las escenas de acción lucieran más sorprendentes, impactantes y perfectas. Desde el extenso plano secuencia del comienzo, a lo “Birdman”, donde la cámara va siguiendo a uno y a otro personaje sin cortes en su asalto a una base de Hydra (escena que termina congelada en esa imagen de todos saltando que podría ser una ilustración de Kirby), hasta la coreográfica (y también ralentada) escena de batalla en la iglesia: un ballet visual entre los que van por abajo, los que saltan y los que vuelan. En definitiva: la puesta visual vuelve a ser impresionante, al servicio del crescendo del relato.

Pero hace falta más. Whedon mete mucho contenido en dos horas y 20 minutos, logrando que además de la pura acción haya desarrollo psicológico, además de momentos de distensión humorística incluso cuando las papas queman. Así, si la primera fue un choque de egos y metodologías, acá encontramos un grupo de camaradas que deben ahora enfrentarse a sus propios miedos y traumas. Claro, ayuda el desarrollo que cada personaje tuvo en los filmes intermedios.

La terapeuta forzosa del grupo será Wanda Maximoff (la Bruja Escarlata, aunque todavía no lo sepa), quien aparece aquí junto a su hermano Pietro (Quicksilver), aunque como “alterados” por Hydra; con eso los sacan del canon mutante, lo que molestará a varios fans, y Quicksilver se convierte así en el primer personaje en aparecer en dos de las sagas, ya que se lo vio en X-Men: Días del futuro pasado.

La era del trauma

Pero no nos pongamos nerds y volvamos a lo nuestro. Rescatado el cetro de Loki de las manos de Hydra, Stark descubre que de él se puede desarrollar un sistema de inteligencia artificial que coordine su legión de robots (en eso trabajaba la oscura organización). Pero siempre algo sale mal, y la mente se vuelve autoconsciente como Ultrón, y decide reorganizar el mundo a su manera: quizás es la psicología menos trabajada en la película, pero de todos modos se entiende lo que quiere hacer, y no es bueno.

Como su ayudante, Wanda jugará con las mentes de los Vengadores, exponiendo su lado oscuro, lo que trataban de tapar para sí mismos y para los demás. Así, el controlador Stark (Iron Man), teme en secreto no poder salvar a sus compañeros y al mundo; Steve Rogers (Capitán América) sigue sin poder tener una vida, ya que dejó la suya en la década del '40; Thor carga con la sangre de compañeros asgardianos caídos; Bruce Banner tiembla de sólo pensar en convertirse en Hulk (y más después de hacerlo), lo que lo aleja de la vida normal; y Natasha Romanoff (Viuda Negra) sigue peleando con su condicionamiento de asesina (y con otras cosas que también la alejan de la opción de una vida normal, y de realizar cariñosas intenciones con Banner).

En el medio de este panorama aparece Clint Barton (Hawkeye): el que se siente a veces demasiado “común” entre tantas glorias, demostrará que puede llegar a ser el cable a tierra para el grupo.

En equipo

Para eso, el elenco tiene que funcionar como un todo más que como lucimientos personales: Robert Downey Jr. hace un Stark menos expansivo, Chris Hemsworth un Thor divertido y acoplado y Mark Ruffalo un Banner muy humano. Mientras que Chris Evans está bien como ese Capitán América que no demuestra casi nada, Scarlett Johansson le sigue agregando matices a su Natasha, y Jeremy Renner expande más que nunca a Hawkeye.

En el viaje los acompañan, con más a o menos tiempo en pantalla, Samuel L. Jackson (Nick Fury), Aaron Taylor-Johnson (Pietro), Elizabeth Olsen (una Wanda con aires de cantante de power metal), Claudia Kim (Dra. Helen Cho, lejos de la Khutulun de “Marco Polo”), Paul Bettany (un poco apretado en su nuevo rol de Visión), Cobie Smulders (agente Maria Hill) y Don Cheadle (James Rhodes/War Machine). A ellos se suman cameos de otros personajes de la saga, y como sorpresa está una de las mejores apariciones de Stan Lee en una película marveliana (ahora sí, los nerds saben lo que significa “Excelsior”).

En definitiva, Whedon lo hizo de nuevo: convencernos de que un montón de disfrazados poderosos se parecen más a nosotros de lo que creemos. Ahora, a esperar el tercer ciclo de la saga.