Los últimos románticos

Crítica de Luciano Mezher - Visión del cine

El jueves pasado se estrenó la coproducción entre Argentina y Uruguay, Los últimos románticos de Gabriel Drak, protagonizada por Juan Minujín y Néstor Guzzini.
La historia se ubica en Pueblo Grande, un sitio costero. El Perro y el Gordo son dos amigos que se la pasan intentando escribir un guion, mientras el primero corta el pasto de las casas vacías fuera de temporada y el otro es el conserje de un hotel que no tiene ningún pasajero. A la par tienen un negocio de venta de plantas de marihuana con Sosa, uno de los policías del lugar.

A su vez, un Inspector de policía es trasladado para hacerse cargo de la comisaría. El choque entre el Inspector y Perro y Gordo es inevitable, sobre todo con la aparición de una bolsa con cuatro millones de euros.

Los últimos románticos comienza su relato haciendo referencia a los Coen y gran parte de su ritmo hace eco de los directores de Fargo o Sin lugar para los débiles. El film mezcla la comedia con el policial y algunas vueltas de tuerca (aunque en este caso son bastante rebuscadas para la coherencia del relato).

Mientras que la primera mitad apuesta a los diálogos, también se enfoca en la construcción de los personajes. Algunos funcionan mejor que otros, mientras que El Perro y el Gordo son estereotipos de dos amigos que viven en un pueblo tranquilo buscando cualquier medio para sobrevivir, el inspector no logra empatizar con el espectador y a medida que avanza la historia pierde gran parte de su motivación.

Aprovechando las locaciones, los encuadres de los lugares cerrados están muy bien trabajados, funcionan especialmente cuando los diálogos son extensos, aunque la música colocada en estas escenas no coincide con el ritmo que se le intenta dar a la película.