Los Tiburones

Crítica de Marcelo Cafferata - El Espectador Avezado

Esta coproducción argentino-uruguaya, opera prima de Lucia Garibaldi, es un estreno que despierta un interés adicional por el éxito que ha cosechado en el circuito de festivales en donde se ha ido presentado previo a su estreno en nuestro país.
“LOS TIBURONES” fue presentada en el Festival de Sundance, donde tuvo su première mundial y allí Garibaldi ganó el premio por su labor en Dirección en la sección World Cinema Competition, el Festival de Guadalajara, donde recibió el premio al mejor guion y a la mejor actuación (por el trabajo protagónico de Romina Betancur) y ha sido ganadora de la competencia internacional del Festival de Tolouse, Francia.
Previo a su arribo a la cartelera porteña, ha formado parte de la Competencia Internacional del último BAFICI, en donde ha recibido el Premio Especial del Jurado. La figura central de la historia es Rosina, una adolescente de 14 años que vive en un pueblo costero uruguayo que, previo al inicio de la temporada veraniega, mientras nada en el mar, cree ver la aleta de un tiburón.
Si bien todo el pueblo comienza a perturbarse por el rumor que se echa a correr con gran velocidad, “LOS TIBURONES” se despega rápidamente de cualquier punto de contacto con el clásico de Spielberg.
Si bien existen en un segundo plano algunos movimientos de los pobladores aunando esfuerzos para que nada impida desarrollar la temporada en forma armoniosa, el foco de la narración está claramente puesto en Rosina, en su mundo interno, en la búsqueda de un lugar de pertenencia dentro de su propio entorno familiar y sobre todo, en el autodescubrimiento, en su despertar sexual y en la exploración del universo femenino.
Garibaldi acompaña tanto desde el desarrollo de la historia en la escritura de su guion como desde el ojo inquieto de su cámara, cada uno de los pasos de Rosina. La vemos en su rol de hija (Valeria Lois y Fabián Arenillas tienen dos destacados papeles secundarios como sus padres), de hermana (tiene una fuerte pelea al inicio con su hermana mayor donde queda demostrado que es la menor, pero no la menos fuerte y temperamental), interactuando con la gente del pueblo y con sus amigos.
Así es como nos vamos metiendo en su mundo interior y descubrimos la fuerte atracción que siente por Joselo, uno de los empleados de su padre –algo mayor que ella - que se dedica al mantenimiento de jardines, al que espía mientras trabaja y busca atraer de todas las maneras posibles. Así es como la presencia del tiburón va cobrando varios sentidos y, como espectador, ir encontrando varias lecturas.
La presencia del peligro en el balneario y fuera de éste, es una de ellas.
Pero la fuerte atracción física y esa “persecución” que Rosina emprende, merodeando alrededor de su presa (Joselo) dará un significado diferente, más ligado con lo animal, con lo instintivo, con una idea de depredador. Y cuando conectamos con la idea del depredador, también puede ser la forma brusca en la que Joselo se acerca sexualmente a ella, sin respetar espacios, de una forma distanciada pero violenta, sin dar espacio y sin entender lo que a ella le estaba sucediendo en ese momento.
Es en esos momentos, donde la mirada de la cámara femenina de Garibaldi logra marcar una diferencia y narrar desde un lugar inusual, diferente, coqueteando con los elementos de una típica “coming of age” pero yendo mucho más allá, construyendo al personaje de Rosina desde el fondo y no desde una simple superficie.
Construidos sólo mediante algunos detalles y prácticamente sin diálogos ni explicaciones innecesarias, narra perfectamente los encuentros -que terminan siendo desencuentros- y el abordaje completamente diferente del mundo sexual de cada uno de ellos, ante el desconcierto y el desconocimiento de Rosina, quien de todas formas sigue fuertemente inquieta por esa figura masculina que la atrae pero que al mismo tiempo parece no darle cabida, marcando siempre la diferencia entre su mundo de “niña” al de una mujer.
En ese tránsito, en ese “limbo”, en esa despedida de la niña que fue pero al mismo tiempo construyendo su espacio de mujer que todavía no es, se marcan las diferencias en ciertas conversaciones que escucha en su grupo de amigas, en el rol que ocupa en su casa o en la permanente diferencia que se plantea con el mundo de su hermana mayor.
Garibaldi va preparando con gestos, miradas, pequeñas señales, trabajando con suma sutileza, un tercer acto contundente para el cierre de “LOS TIBURONES”. Aquel en el que Rosina no se dará por vencida y seguirá a su presa hasta las últimas consecuencias.
Mezcla de capricho, venganza, deseo e inevitable atracción, la construcción que hace la directora sobre su mundo es de una exquisita complejidad en donde aborda al personaje desde todas sus contradicciones pero dotándolo de una pureza y una pizca de ingenuidad que lo hace mucho más rico.
“LOS TIBURONES” se nutre además de una belleza en su cuidada fotografía donde en esa inmensidad del mar, casi transparente, se van sumergiendo los deseos más oscuros de cada uno de sus personajes.