Los sonámbulos

Crítica de Gretel Suarez - Visión del cine

Con su premiere mundial en Toronto, Los sonámbulos continuó su recorrido por festivales como San Sebastián, Chicago, Busan y Mar del Plata. Siendo este el quinto largometraje de la directora argentina Paula Hernández, quien si bien ha trabajado siempre con historias protagonizadas por mujeres, denota con su último film que hoy ya no hay espacio para las sutilezas y nos presenta un despertar social extremadamente necesario.
La sinopsis del film nos habla sobre Luisa (Erica Rivas), una mujer madura, y Ana (Ornella D’Elia), su hija de 14 años, sonámbula, en pleno despertar. Un matrimonio en los bordes de una crisis silenciada. Una familia ritualista, matriarcal y endogámica. Abuela, hermanos, primos. Un nuevo verano, sudor, alcohol, tradiciones. Cuerpos desnudos, cuerpos que cambian y las miradas sobre esos cuerpos nacientes. Un nuevo festejo de fin de año en la vieja casona histórica familiar parece ser la encerrona para que los sonámbulos finalmente despierten.

Es difícil desglosar en pocas líneas la cantidad de temáticas que la historia atraviesa, expone y genera, pero podría decirse que se habla principalmente sobre el rol de la mujer en la sociedad y su cuestionamiento del espacio “asignado”, sobre las diferentes formas de maternidad y sobre sus consecuentes vínculos y autopercepciones dentro de una casi invisible pero sistemática violencia heteronormativa familiar.

El comienzo del film se plantea con un primer plano de Érica Rivas dormitando sobre la cama, su presentación se da con un encuadre corrido de su horizontalidad. Es que la directora ya nos plantea, desde el comienzo, que estamos frente a una persona que se ha descuadrado a sí misma, una persona que si bien duerme lo hace en estado de alerta. Sonidos acuosos extradiegéticos envuelven la imagen, tensionándola misteriosamente.

De repente Luisa despierta de su ensoñación, el sonido de agua corriendo pasa a ser diegético y, por corte directo, comenzamos a deambular junto a ella por los pasillos de un amplio departamento a través de un tenso plano secuencia penumbroso. Luisa va llamando con resquemor a su hija Ana, hasta que da con ella, en el palier del edificio, totalmente desnuda y de pie frente al ascensor. Dueña de una enajenación inmóvil y con la mirada perdida, hilos de sangre recorren su entrepierna mientras la luz nocturna dibuja sobre ella la silueta melancólica de una mujer. Luisa la toma delicadamente por la espalda, evitando despertarla mientras la conduce sigilosamente a su habitación, donde la viste, la limpia y la acuesta, devolviéndonos a escena a la niña que sus ojos maternales ven.

Aquí comenzamos a comprender que la sangre de Ana se debe a su ciclo menstrual y que es poseedora de un trastorno del sueño hereditario conocido como sonambulismo. Simbólicamente, y en base a todo lo expuesto en la secuencia de presentación, comprenderemos, llegando al final de esta historia, que hay una circularidad en la mirada de la propia directora sobre la fragilidad que conllevan los cuerpos gestantes.

La película transcurre mayormente durante los festejos de fin de año en una casona campestre perteneciente a la abuela Meme (Marilú Marini) quien, a través del vínculo con sus hijxs: Sergio (Daniel Hendler), un divorciado con tres hijos varones de diferentes madres, Inés (Valeria Lois), madre soltera con un hijx en plena lactancia, y Emilio (Luis Ziembrowski), esposo de Luisa y padre de Ana, pondrá en evidencia la falta de comunicación de una familia atravesada por “secretos familiares” donde prevalece un tenso matriarcado machista.

Con una estructura coral, este drama intimista se irá desarrollando a través de un cosmos similar a los de La ciénaga de Lucrecia Martel, donde el punto de vista se sitúa en la familia de Emilio, recayendo principalmente sobre su esposa Luisa y su hija Ana, un reflejo de matrimonio que no está pasando precisamente por su mejor momento y con una adolescente en pleno despertar sexual.

En todo este marco que pone en cuestionamiento al sistema patriarcal, se desatarán conflictos que tensionarán los vínculos entre ellxs. Principalmente impulsados por los propios cambios que atraviesan les cuerpes de nuestras protagonistas, pues Ana se encuentra en una nueva relación con su cuerpa y el deseo y Luisa consigue ver de frente a una mujer que ya desea dejar de ser.Sin necesidad alguna de spoilear la trama, porque la película realmente merece que les espectadores vivamos cierta incertidumbre familiar que nos interpela, no podría dejar de mencionar el sobrio trabajo de planteamiento de tono elegido desde dirección, el cual consigue, a través de un montaje prohibido, despertar al espectador sonámbulo, quien se convierte en testigo directo de un desenlace crudo y necesario para los tiempos que corren.
Los sonámbulos es un drama familiar intimista donde lo “no dicho” eclosiona en diferentes conflictos hasta llegar a un gran sin retorno, donde avanzar implicará alejarse pero jamás olvidarse.