Los sonámbulos

Crítica de Gaspar Zimerman - Clarín

Verano + familia + pileta + alcohol = La Ciénaga. Es imposible ver Los sonámbulos sin pensar en la obra maestra de Lucrecia Martel, porque los elementos primarios de la puesta en escena son similares y porque esta también es una película de climas, con tensiones que atraviesan a un clan que se reúne, como siempre, para celebrar el Año Nuevo en la casa de campo familiar.

Hay aquí un elenco excelente para darle credibilidad a esta familia encabezada por una matriarca (Marilú Marini) que tiene una fuerte influencia sobre sus tres hijos (Luis Ziembrowski, Daniel Hendler y Valeria Lois), su nuera Luisa (Érica Rivas) y sus cuatro nietos. Bajo la cordialidad de la superficie corren ríos subterráneos de conflictos motivados por las mayores pulsiones de la humanidad: sexo y dinero.

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El humo que flota en el ambiente es una metáfora de que algo espeso y turbio se está cocinando entre esa parentela de clase media ilustrada, y cualquier anomalía -la llegada de un joven díscolo (Rafael Federman), la posible venta de la casa- puede hacerlo estallar. La atmósfera se va cargando mientras se ponen en juego los roles, alianzas y antipatías familiares.

Paula Hernández centra la mirada en Luisa, que, a los cuarentipico, está inmersa en una crisis existencial. Esa cámara que capta con maestría la intimidad familiar registra la mayor parte del tiempo el agobio de esta mujer que ve, azorada, cómo se sacuden los cimientos de su vida. Su matrimonio, su oficio y, en especial, el vínculo con su hija (Ornella D’Elía, una revelación), que está entrando física y mentalmente en la adolescencia, y se aleja de ella cada vez más.

En esa rivalidad madre-hija están condensados los planteos de la película en torno a la maternidad (y la paternidad). Una gran pregunta flota en Los sonámbulos: hasta qué punto es posible evitar los peligros que acechan a los cachorros.

Como el de Paola Barrientos en La afinadora de árboles, el de Luisa es un personaje imbuido en el aire de la época: rodeada por hombres incomprensivos, inútiles o amenazantes, su (intento de) despertar parece simbolizar el de todas las mujeres.