Los sonámbulos

Crítica de Fernando Sandro - El Espectador Avezado

El nuevo film de Paula Hernández, "Los sonámbulos", transita magistralmente los agitadas aguas de una reunión familiar con muchas pulsiones ocultas y el eje puesto sobre la mirada femenina. Con apenas cuatro films en dieciocho años, Paula Hernández construyó una filmografía pequeña y delicada en donde lo primero que resalta es la diversidad en los tonos y temáticas.
Desde aquella "Herencia" que ponía el foco entre un personaje cansado que necesitaba una renovación, y la relación con un inmigrante que debía ubicarse en el nuevo territorio; al drama familiar que plantea "Los sonámbulos", las similitudes no parecieran ser muchas.
Una realizadora inquieta, que privilegia los vínculos entre sus personajes, y vuelve a dirigir un largometraje luego de ocho años de ausencia. Aquella directora que surgió dentro de la primera camada renovadora del Nuevo Cine Argentino (debutó en la mítica "Historias Breves I") y se fue diferenciando de sus pares al poner el foco en personajes de clase media, con un suave costumbrismo, florecientes historias de amor maduro, y conflictos introspectivos sin caer en la anomia de lo críptico y apático.
Si bien se trata de cuatro propuestas diferentes, podemos encontrar una constante en los personajes femeninos fuertes, los que guían el relato.
Estos tiempos en los que el feminismo pareciera estar en la agenda de muches cineastas quizás exigía su regreso, y aquí está entregándonos la potente y frágil "Los sonámbulos". Un film que demuestra que se puede poner el feminismo como cuestión central sin necesidad de recurrir a lo obvio y subrayado. Las temporadas festivas han dado mucha tela para cortar en el cine. Época de balances, y sí, reuniones que no siempre elegimos mantener.
Eso es lo que atraviesa Luisa (Érica Rivas), quien junto a su familia, se dirige a pasar las fiestas a una casa de campo, o quinta, de la familia de su esposo - de clase media acomodada con crisis económica -, en la que se llevarán a cabo las veladas que la reúnan con su suegra, y sus cuñados. Todos confluirán en esa casa grande en donde el calor y las tensas relaciones fermentarán una situación agobiante.
Desde la primera escena intuiremos que las cosas no vienen bien. Su hija adolescente, Ana (Ornella D’Elía) transita la noche padeciendo el sonambulismo que heredó de su familia paterna. No solo camina dormida, también tiene su primera menstruación. Esa sangre pesada escurriéndose entre las piernas simboliza más que mero flujo.
Los sonámbulos permite que observemos lo detalles simbólicos para descubrir un lenguaje subcutáneo. Luisa intenta conectarse de todas las formas con Ana, pero esta está cada vez más distante. Madre e hija se van convirtiendo cada vez más en rivales, quizás porque tienen mucho que decirse y ninguna se anima a revelarlo.
Luisa fue perdiendo voz dentro de ese núcleo familiar, claramente las cosas con Emilio (Luís Ziembrowski) no están bien; y la familia de él pareciera tener la necesidad de integrar a todos sus miembros, haciéndoles perder su origen. ¿Luisa tiene familia propia? No importa, pareciera que hace años su familia es la familia de su esposo, por más que Memé (Marilú Marini), la suegra, no pierda oportunidad para demostrarle que la desprecia.
Todo en ese hogar es como en una cristalería abarrotada, en la que hay que caminar en puntas de pie para no iniciar una avalancha destructiva. Sergio (Daniel Hendler), e Inés (Valeria Lois), los hermanos de Emilio también están en esa reunión, y aportan su propio caldo a la situación. Sergio viene a pecho inflado no sabemos bien por qué, queriendo remover viejos vínculos, Inés rompe en llanto espontáneamente.
No hay vínculos sanos. Memé es una matriarca patriarcal.
A su propia hija Inés también la menosprecia frente a sus dos varoncitos que tienen lo suyo pero no importa. Durante sus 107 minutos veremos una tensión constante, acumulada y atrapante, digna de un film de suspenso, pero inmersa en un poderoso drama que apenas apela a algunas pinceladas de comedia para relajar.
Los roles en esa familia están designados; y cuando finalmente llegue Alejo (Rafaél Federman), el hijo de Sergio, un adolescente tardío y consentido por su padre y su abuela, que no hace nada de su vida pero siempre cae bien parado, ese frágil equilibrio mostrará sus grietas. Ana se siente atraída por su primo, y Luisa muestra su dualidad, entre la preocupación maternal y su propio deseo.
Nada nos hará advertir la tragedia que se puede desatar aunque se palpe en el aire. Hernández pone en el centro el rol de la mujer dentro de la familia, es la que simula controlar el juego siendo una falsa déspota, o baja la cabeza y obedece. Luisa no puede más, y se nota. Clara heredera de la Lucrecia Martel de "La ciénaga" y "La niña santa", Paula Hernández demuestra un pulso muy firme para describir las relaciones e incomodar al espectador sin necesidad de subrayar o remarcar.
Todo transcurre con naturalidad y fluidez, inquietante naturalidad y fluidez. El uso de la cámara en mano y el plano subjetivo, ese bosque laberíntico, tan usual en este tipo de propuestas, adquiere una razón de ser para demostrar la convulsión interna de sus dos protagonistas. Madre e hija estallan. En el plano interpretativo, Hernández se destaca como una directora capaz de darle su espacio a cada uno.
Todos se lucen en su medida. Marilú Marini compone un personaje que ya le vimos hacer, igualmente es un deleite verla actuar. Hendler y Lois en personajes corridos de lo habitual, muy correctos, con gestos controlados, centrados. A Luis Ziembrowski quizás le toque el personaje más difícil. Emilio es un ser irritante, molesto, que no despierta la menor empatía, hiriente, que pretende ser algo que no es, demostrar un poder que en verdad no tiene.
El actor de "Un amor" jamás pierde el registro y consigue transmitir todo lo debido. Claro, el foco está puesto en ellas, Érica Rivas y Ornella D’Elia. Entre madre e hija existe la química/anti química exacta y verosímil. D’Elía es toda una revelación, pero quien se lleva las palmas es una Érica Rivas arrolladora, con múltiples capas, siempre al borde del precipicio emocional pero nunca desbordada en histrionismo; como si guardase la lágrima que está por salir, porque tiene que mostrarse fuerte.
"Los sonámbulos" es un film que genera comezón, que ahoga y sofoca, inquieta, y termina generando una sensación que nos acompaña mucho tiempo después de abandonar la sala. Paula Hernández regresa al cine como una realizadora madura, actual y con mucho para decir. Los sonámbulos es uno de los grandes títulos de esta temporada.