Los santos sucios

Crítica de Pablo Raimondi - SI (Clarín.com)

Desolación paralela

Una ciudad en ruinas, desolada, donde los escombros son terreno fertil para la hostilidad, es el panorama que otorga Los santos sucios, el tercer largometraje del director Luis Ortega quien, además, es uno de los protagonistas del film.

La presencia de extraños, que tienen un papel fantasmagórico en esta película (sólo se ven autos que cruzan la carretera a toda velocidad), es el único contacto que Rey (Alejandro Urdapilleta), su pareja Cielo (Luis Ortega), junto al Mudo (Emir Seguiel) poseen con lo que queda de la Humanidad. Pero de a poco van apareciendo otros personajes como aquel que cada día hace sonar una campana y regenera su proceso cíclico. El es Berry (Rubén Albarracín) cuya voz está doblada por Oscar Alegre.

Un clima sórdido, desolador y bastante opresivo, donde el eco de la nada misma refleja la marginalidad de los protagonistas, es una constante en el largometraje de Ortega quien en 2002 estrenó Caja Negra y cuatro años después Monobloc. La desesperación por encontrar una salida, estructura los silencios de estos personajes que van gestando un mundo paralelo, ausente a la devastación reinante.

La histriónica Monito (Martina Juncadella), que corre de un lugar a otro haciendo el ruido de un primate, es una de las caracterizaciones más importantes del film. Y ella, aparte de ser la única mujer de la película, no emprende junto al resto de los sobrevivientes el viaje hacia el río Fijman, la meta que -entre mito e incertidumbre- divide el mundo del caos y el de la armonía. Eso sí, según del lado de donde se lo mire.