Los santos sucios

Crítica de Miguel Frías - Clarín

La construcción de otras realidades

Luis Ortega vuelve a crear un universo atípico, con reglas propias.

El cine de Luis Ortega, con sus irregularidades o imperfecciones (al menos Los santos sucios las tiene), se destaca siempre por la creación de un universo propio, alejado del realismo, moldeado con un talento estético singular y absoluta libertad creativa. Este tercer largometraje del realizador, sólo en apariencia de género (futurista/apocalíptico), vuelve a mostrar su predilección por los bordes (sociales e íntimos), y su desapego por el relato clásico, las explicaciones -en tiempos de sobreexplicaciones- e incluso la realidad. Ortega es un creador de pequeños cosmos, oscuros o fugazmente luminosos, que invitan a habitarlos o a desecharlos, sobre todo en el caso de los espectadores de filmes convencionales.

Su tercera película está más cerca de Monobloc que de Caja negra . Pero si los personajes de Monobloc -casi todos femeninos, de una clase social en decadencia- parecían encerrados en un mundo interior, los de Los santos...

-casi todos masculinos y marginales- intentan escapar de una asfixiante realidad exterior. El mundo que los contenía ha desaparecido, y ellos parecen buscar alguna forma de redención, acaso de construcción de un nuevo sistema, al otro lado de un río llamado Fijman, en homenaje al poeta Jacobo Fijman. Lo lírico, lo marginal, lo fuera de norma son materias primas de Ortega.

La voz en off del realizador, que es uno de los protagonistas del filme junto con Alejandro Urdapilleta, da algunas pocas pistas contextuales, pero la historia no deriva en ningún relato que siga las normas clásicas, ni siquiera las conocidas. Las secuencias encadenadas -algunas de ellas cargadas de simbolismos inabordables, de alegorías crípticas- parecen ir recorriendo caminos inexplorados, sensoriales, experimentales, sobre todo a través de atmósferas y ambientes construidos con notable creatividad, en especial lumínica.

Y allí marchan los excluidos: por un paisaje desolador, tratando de recrear vínculos y temporalidades; tal vez, procurando alguna forma de salvación colectiva. La naturaleza aparece como único elemento intacto, en contraposición con la ruinosa creación humana. Con apenas 30 años, Ortega sigue explorando, igual que sus personajes. Sus obras pueden gustar más o menos, pero no resignan a la mera reproducción del mundo real.