Los quiero a todos

Crítica de Paula De Giacomi - La mirada indiscreta

La soportable levedad del ser

Los quiero a todos comenzó siendo una obra de teatro para luego convertirse en la ópera prima de un director que promete, Luciano Quilici.

La película cuenta la historia de seis personajes y está situada en un día de campo. De manera fragmentada y con cierto aire teatral, el relato nos va introduciendo en las vidas y miserias de estos sujetos de treinta y pico, grupo conformado por una pareja, una chica y tres varones, amigos desde hace más de una década.

Si bien los diálogos no son demasiado destacables, son funcionales a la idea de mostrarnos a estos jóvenes adultos desencantados con su entorno y con ellos mismos. Conversaciones algo superficiales, reflexiones sobre el sexo, la pareja, el futuro, la fe, los ideales, pero donde nada parece tener demasiado peso sobre ellos, todo se dicen en un contexto de liviandad, con la mesa puesta y la carne servida. El único peso parece ser el paso del tiempo y la cotidianeidad que los aplasta y de lo cual parecen no poder o querer salir.

Los personajes están bien construidos porque no son de una sola cara: conllevan sus miedos, sus paranoias, acarrean con la historia de sus padres; pero el director no elige levantar el dedo índice y juzgarlos, sino que simplemente los observa desde la distancia (que tampoco significa tener una mirada fría) y los deja ser, los quiere a todos a pesar de todo.

El relato es impecable, hay mucho cuidado por el detalle, los colores y el vestuario, la ropa tiene un fuerte peso simbólico en la historia. Los planos son simples, pero muy bien logrados, en algunos casos la cámara enmarca, oprime, resaltando el encierro y la falta de movimiento, sobre todo cuando nos cuenta las historias personales de cada uno de los personajes. Estos espacios interiores contrastan con el campo: su amplitud, el viento, los vidrios de la enorme casa que dejan ver el exterior y la luminosidad. Esta ambigüedad interior-exterior es también lo que sucede en cada uno de los personajes. Ellos están en absoluta relación con el espacio y éste los representa, no sólo desde el lugar en donde el director los ubica, sino también desde el universo propio en el que cada uno habita.

Por otro lado, la película no deja de tener una mirada crítica sobre la sociedad que contextualiza a estos personajes, sobre todo con la mira puesta en una clase media adinerada, con sus grandes departamentos adornados que parecen absorber a sus (ya adultos) hijos, y donde la comodidad del hogar heredado (y algo endogámico) parece estancar la salida a una vida propia, con todas las dificultades que esto conlleva. Como resultado observamos sujetos profundamente atados a su pasado, confortables y solos, pero sin dejar de tener lucidez sobre lo que les sucede, o sea, personajes angustiados, retrato de una generación.

Las historias van desde la imposibilidad de tener relaciones estables, las apariencias, las frustraciones, la disconformidad con la imagen de uno mismo, los años de pareja que se sostienen como se puede, hasta la falta de objetivos ante el futuro. Pero el clima no es denso porque el humor puede salvar cualquier situación asfixiante, y este recurso nos permite también a nosotros como espectadores desdramatizar los conflictos de los personajes y darle un aura etérea que se respira en toda la película. Este clima refuerza la mirada de los personajes sobre lo que los rodea y la mirada del director hacia ellos. Los quiero a todos hace que queramos a estos personajes, que desde algún lugar (mal que nos pese) también son reflejo de nosotros mismos.