Los que aman, odian

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

Te amo, te odio, no me des más
Sobre la novela de Bioy Casares y Ocampo, el personaje de Francella cambia en un filme que es romántico y thriller.

Adaptar un libro, o una historia, significa apropiarse de hechos, tramas y personajes y volverlos propios. Al menos eso han entendido el director Alejandro Maci (con más trabajo en TV, como En terapia) y su coguionista Esther Feldman (trabajó con él, entre otras tiras en Los exitosos Pells), ya que el homeópata Huberman de Los que aman, odian (el de la película, no el que idearon Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo en la novela original) es un ser (re)creado a su conveniencia.

Huberman nació como un homenaje a Hercules Poirot, el detective de Agatha Christie, y de ahí que sí, tanto la novela publicada en 1946 como el filme que se estrena hoy, respiran el aire de la autora de El misterioso caso de Styles (1920)… con la que tiene más de una semejanza.

En la pantalla, Huberman (Guillermo Francella, de bigotito, cabellos oscuros) llega hasta un hotel enclavado en la arena, cerca del mar, que regentea su prima (Marilú Marini), huyendo de un amor. Pero el que quiere olvidar no siempre en verdad quiere hacerlo, y hete aquí, o en el hotel, que está Mary (Luisana Lopilato), que fue su paciente y es la razón ya casi de su existencia y su desesperación.

Mary es una comehombres. Tiene con qué, y también es una manipuladora (ahí, no tanto). De lo que muchos hablarán es de las escenas de sexo que mantienen los protagonistas, por aquello de que fueron padre e hija hace una docena de años en Casados con hijos (bah, todavía lo siguen siendo en la pantalla reiterativa de Telefe), obviando o minimizando la trama.

Que en cierto momento abandona el melodrama para lanzarse al thriller. Y que es lo que Bioy Casares y Ocampo querían, y a lo que Maci y Feldman llegan, creando cierto desconcierto -y está bien que lo hagan- porque todo parecía indicar que la veta era la del romanticismo.

Pero no.

Tras un inicio entre taciturno y bastante premoldeado en las presentaciones, la película arranca. Hay una tormenta de viento y arena, se habla de un personaje que ha desaparecido, otro muere misteriosamente en el hotel. Hay muchas puertas que se abren y cierran, pero no es un vodevil, hay mirones, celos y calenturas varias.

Francella sigue probando y probándose en personajes en el cine que nunca había experimentado. Salta, se corre, ensaya. No siempre los directores lo orientan para no caer por momentos en macchiettas. Maci sabe lo que quiere retratar y Francella es un peón en su juego. Lopilato debe parecer exagerada, una Marilyn Monroe del territorio bonaerense, y digamos que ese rol lo cumple. Su desnudo va a dar que hablar por motivos que ya están circulando: sus pechos no son de ella.

El resto del elenco, la mencionada Marini, más Juan Minujín, Carlos Portaluppi y Justina Bustos dicen y actúan como en los ’40 –lo cual para una película de época no está nada mal- y los rubros técnicos –ambientación, vestuario, iluminación, música y sonido- superan con creces la media de la industria del cine local.

Redondeando, que ya se sabe que los que aman, odian, y los que exaltan, sufren.