Los que aman, odian

Crítica de Diego Batlle - La Nación

Pasiones apenas superficiales

La trasposición de esta mítica novela escrita por Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares no era un desafío sencillo, pero el director Alejandro Maci y su coguionista Esther Feldman se arriesgaron con una estructura que divide al film en dos: una primera mitad que apuesta al drama sobre pasiones y seres torturados (las conexiones con Lolita son evidentes) y una segunda con una muerte seguida de una investigación policial a-lo-Agatha Christie, que ubica a distintos personajes con motivaciones suficientes como para ser autores del crimen.

El problema es que, más allá del indudable profesionalismo del equipo técnico y artístico, del cuidado en la reconstrucción de época (mediados de la década de 1940) y de ciertos hallazgos visuales y narrativos (como el uso del plano secuencia para darle dinamismo a una historia asfixiante que transcurre casi íntegramente dentro de un hotel frente al mar), este film coral narrado desde el punto de vista del médico homeópata que interpreta Guillermo Francella no termina de funcionar en ninguno de los dos registros apuntados: la descripción psicológica y la interrelación entre los personajes es bastante obvia, subrayada y superficial y, cuando llega el tiempo de la intriga policial, la trama carece de la tensión y el suspenso propios de ese género.

Así, Los que aman, odian resulta una película prolija, de esas que son más para admirar que para sentir en profundidad.