Los Pitufos

Crítica de Uriel De Simoni - A Sala Llena

Blue men group.

Los Pitufos comprenden, como tantas otras series animadas de los ochentas, un cuadro de valores que contrasta con el establecido socialmente en la actualidad, como así también un imaginario social que llevó a la empatía absoluta las distintas personalidades específicas, por más variadas que sean. Pero así y todo, Los Pitufos no son atemporales. Las condiciones dentro del marco de la creación se dieron en un contexto específico, en una etapa de la historia mundial, en una década paradigmática del pensamiento, de la propaganda mundial y del saber ser.

Es aquí donde entramos al año 2011 queriendo inmortalizar a los liliputienses azulados de características internas del puro corazón que se asemejan a los nefastos Ositos Cariñosos y sus incontables remakes aggiornadas.

Es cierto, la nueva pitufoentrega, la actual y no la versión fílmica bajo el mando de Eddy Ryssack y Maurice Rosy y de autoría del propio creador de la historia de los pequeños para el semanario Le Journal de Spirou, Peyo; retrotrae toda mezcolanza de sentimentalismo y moralina de antaño a una realidad distinta a la original primigenia que no se condice con la mágica fantasía similar a las enseñanzas de Donald y su american way of being.

La premisa radica en la presentación del mito/leyenda pitufa, su génesis muy tomada de los pelos y la presentación de una vida aldeana ideal desde el punto de vista y perspectiva de Pitufo Tontín y el sobreguardo de Papá Pitufo. Pero todo grupo y toda historia tienen su antítesis por defecto y es entonces el turno de Gargamel para entrar en escena acompañado de Azrael, su gato encarnado en conejillo de indias y ayuda memoria.

En un intento por rendir culto a la Luna Azul en la aldea, el villano hechicero se conduce al mundo de felicidad teñido de color primario para sembrar el terror y absorber la mágica esencia de los pequeños seres para invocar un poder que lo convierta en un amo supremo y lograr la invensibilidad. Secuencia de acción de por medio, con rasgos fantásticos y humor infantil, la situación desencadena en un drama cuasi-existencial para el estilo de vida del todo: el destierro impuesto por la maldad para desembocar en el mundo humano en el cual deberán morar e interactuar con su escaso entendimiento de la actitud urbana a la vez que son perseguidos por el ser antagónico y su gato.

El filme entonces se centra, por fuera de todo pronóstico que remita a la obra de Peyo y su circular relato, a la cuestión vuelta a casa y la convivencia con el humano que “oh casualidad”, resulta ser una pareja perfecta que ayudaran a los pulgarcitos a regresar a casa y a frustrar los maléficos planes de Gargamel a la vez que intentan resolver sus problemas de ciudad como ser el trabajo y las relaciones interpersonales. Tintura azul, jingle irritante y acople del idioma harán el resto.

1. Tres pitufas dimensiones. Nuevamente una entrega a la orden de la nueva tecnología del fingimiento del campo. En una secuencia inicial de presentación sobrenatural, el 3D se muestra hasta virtuoso para desembocar en la falta de continuidad del recurso y luego en la escasez absoluta de concepto visual de la técnica cameroniana. Damos cuenta nuevamente y nos pronunciamos enemigos de la falta de justificación artística, que todo hecho que se sucede esta falto de pensamiento inicial y directivo para ensalzarse en un nuevo invento. No culpamos a nadie, solo diremos que el color en épocas de su advenimiento al séptimo arte, no fue tarea fácil de transmutar al celuloide y menos que menos su utilización eficaz como recurso conceptual narrativo. La respuesta esta en la planicie y sencillez a la que venimos malacostumbrados hasta que un iluminado de el toque que revolucione la aplicación tecnológica del Double Camera System.

2. Actores… situación!!! Si, la historia se DEBE centrar en el Pitufo como entidad. Pero hay presencia humana. Entonces ¿Qué hacemos? Dejamos de lado al protagonista y lo encaramos desde la visión “real” (si es que eso existe), pero realizando el trabajo a medias. Es decir, el cambio de perspectiva, si bien debe estar justificado, no debe nunca realizarse a mitad de camino ya que se descentra la cuestión unitaria como carácter central y se terminan trabajando dos extremos distintos sin llegar a ahondar ninguno en su totalidad. A lo que vamos con esto es a que, si bien la atención nunca deja de posarse en breves intervalos en Pitufo Tontín, Neil Patrick Harris se come el cuadro con su destacable talento (ya comprobado en su aparición en Glee o su memorable encarnación de Barney Stinson en How I Met Your Mother, pero sin demostrarlo en su plenitud, creemos que por un defecto en la cuestión directiva.

3. Qué tan bueno es un filme. Hitchcock y Truffaut mantuvieron una charla en El Cine Según Hitchcock en donde, entre otros temas, mencionaron que una película es tan buena como tan malo o mejor logrado este su villano. En Los Pitufos, el villano Gargamel no resulta lo suficientemente maligno como lo era en la versión animada, ni sus planes ni sus modus operandi resultan lo suficientemente bloqueantes para los cometidos del bien protagonista. En consecuencia, al haber maldad en proporciones bajas, los modos de combatirla serán también en bajar dosis, incluso llegando a resultar reiterativos y aburridos por momentos.

4. Volver al Futuro. Los Pitufos resulta atractiva visualmente como en forma de comedia infantil, por no decir muy infantil, pero este detalle sumado a la tecnología del inciso uno, preparan el terreno para una amplitud proverbial donde sembrar merchandising pitufino y secuelas azuladas por doquier y sin cesar. Esperemos que aquellas continuaciones brinden un poco más de cine…