Los periféricos

Crítica de Isabel Croce - La Prensa

En los últimos tiempos, un creativo movimiento cinematográfico de revival del mundo rockero invade Buenos Aires y permite no sólo que los fanáticos disfruten, sino que los que no son del palo conozcan. En este caso, ocho directores se alinean con seis historias a puro rock. Y son de esas auténticas que permiten acceder a, quién sabe, los más orilleros cultores del rock. Los que se quedaron en los bordes. Quienes gozaron profundo, sintieron el sentimiento auténtico y no pintaron sus nombres en todos los medios con la pintura del éxito. Seres en blanco y negro con corazón en tecnicolor.

PERSONAJES
Así, hay un repaso por la Facultad de Medicina, donde el doctor Max ya no tiene el antifaz que usaba con "Secuestro 66", su banda de rock punk, identificada con los graffitis que ensuciaban las paredes (era época en que el arte popular tenía condición de trash). Hoy su realidad pasa por la investigación, la docencia y ese modo juvenil y fluido que lo acerca a sus alumnos jóvenes.

"Los periféricos", con multiplicidad de estilos en los formatos, se mete en un estudio de grabación de Adrogué donde algún representante de rock refugia pasiones ahora ordenadas, pero siempre musicales. En Ramos Mejía o en Fiorito, donde habrá algún violero, en ese caso de La Máquina, Raul Rulo Fernández, convertido en ídolo barrial y testimonio de una época. A ellos se sumarán figuras polémicas como Enrique Symns ("Cerdos y peces"), que supo prologar a Los Redonditos pero que como buen periodista sigue aventando el rapeado frente al micrófono en algún sótano musical y amigo.

También habrá lugar para el Salón Pueyrredón, patio del punk y las bandas que acometen una avanzada que no cesa y ahora se recicla en otro espacio, pero con el mismo nombre.
Película de películas, despeinada y auténtica, con sabor ochentoso y la potencia de los desconocidos de siempre, que seguirán siéndolo de otro modo, porque la melancolía y la memoria son difíciles de vencer.