Los oportunistas

Crítica de Marcelo Cafferata - El Espectador Avezado

“LOS OPORTUNISTAS” tiene como principal atractivo la figura de Paolo Genovese, un prolífico director italiano que ha tenido un rotundo éxito con “Perfectos Desconocidos”, tanto que ya se hicieron en menos de tres años la remake española dirigida por Alex de la Iglesia y la adaptación en el formato teatral que se encuentra en la cartelera porteña actual, dirigida por Guillermo Francella.
Genovese vuelve sobre una idea similar a su film anterior, en cuanto a que toma un lugar cerrado para el desarrollo de varias líneas argumentales que se concentran en ese espacio limitado, en donde sus criaturas comenzarán a desnudarse de una manera particular. En este caso, el escenario no es una cena de amigos sino la mesa de un bar.
Mesa en la que se sienta un enigmático personaje, todos los días, vestido de la misma manera, en el mismo y exacto lugar, como siguiendo un ritual. A su mesa acudirán diversos personajes que tienen un común denominador: la desesperación por lograr un anhelo, un objetivo, un sueño, una imperiosa urgencia, una necesidad vital.
Pero también lo que los une, a todos ellos, es la falta de límites para realizar la tarea que el enigmático hombre les encomiende tras abrir su cuaderno, exponiéndolos a situaciones y a tomas de decisiones que ellos jamás hubiesen imaginado.
¿Cuál es el límite moral y real que estos personajes atravesarán para lograr su deseo más íntimo? ¿A qué se encuentran dispuestos cada uno de ellos?
Ninguno de ellos se negará, a pesar de que haya algún momento de duda, a pactar lo que sea necesario, a firmar el famoso “pacto con el Diablo”, figura a la que remite casi desde la primer escena, el personaje central, ese hombre enigmático al que Valerio Mastandrea (de “La prima cosa bella” de Paolo Virzi, “Dulces Sueños” de Bellocchio y de “Perfectos Desconocidos”, justamente) le da carnadura, tomando esa distancia emocional y frialdad que el personaje le requiere.
El precio que deban pagar serán tareas que los pondrán en una disyuntiva moral extrema: poner una bomba, proteger a una niña como si fuese un ángel de la guarda, ejecutar un robo, violar a una mujer, quedar embarazada, matar a una niña: estas son algunas de las “misiones” que el misterioso hombre les entregará a cada uno de los que acudan a su mesa y poco a poco iremos descubriendo que hay un fino hilo que las entrelaza, que las conecta como en un efecto dominó donde una influirá alguna de las restantes.
Si bien la estructura y la idea (tal como pasaba en “Perfectos Desconocidos”) es atrapante y novedosa y Genovese sabe manejar perfectamente la tensión, a medida que avanza la trama, la historia se resiente inexorablemente con una puesta en escena completamente básica y esquemática. No omite en ningún momento la teatralidad de la propuesta, sino que al contrario, se presume de ésto al subrayarla, y es un punto que claramente no la favorece.
Las únicas escenas donde intenta “airear” la historia son imágenes casi calcadas de ese lugar de encuentro, visto desde afuera, con su típico cartel de neón –justamente el bar al que remite el “The Place” del título original- . Las relaciones entre los diferentes personajes terminan sonando bastante forzadas y la multiplicidad de las historias hace todo quede fragmentado y episódico, que se diversifique la tensión.
La puesta coral a la que apela el guion, provoca que ninguna de estas micro-historias tenga la contundencia suficiente ni que grandes actores que fueron convocados (como Alba Rohrwacher, Sabrina Ferilli o Silvio Muccino) puedan tener un mínimo lucimiento.
A su favor, puede decirse que la homogeneidad que hay entre ellas, hace que todas puedan seguirse sin que una se fagocite a las demás. A medida que avanzan los relatos, todo se torna muy previsible y el interés inicial va quedando diluido resentido con algunas resoluciones apresuradas y poco creíbles, echando por tierra toda la negrura inicial y el aroma perverso que destilaban cada una de esas “misiones” a cumplir. Siempre en este tipo de historias, uno estará esperando el giro final, una escena que nos brinde un cierre contundente.
Nada de esto sucede en “LOS OPORTUNISTAS” –incómoda traducción del original- que parece interesarse en poner el foco en las pequeñas actuaciones personales que darle cuerpo a una historia fuerte que las contenga.
Cabos sueltos, caos narrativo, lugares comunes y una estructura monocorde y tediosa, dan marco a una buena idea que parece no haber encontrado un desarrollo adecuado. Queda esa extraña sensación de que Genovese no se tomó el tiempo necesario para volver con una película que no sea sólo revolucionaria en la superficie y totalmente vacía en el fondo.