Los ojos de Tammy Faye

Crítica de Ignacio Dunand - El Destape

Telepredicadores del puro chantaje

Jessica Chastain y Andrew Garfield protagonizan Los ojos de Tammy Faye, una sátira pobre y predecible, más preocupada por ser condescendiente con sus personajes que por contar una buena historia.

Durante las décadas de 1970 y 1980 Tammy Faye y su esposo, Jim Bakker, crearon la red de teledifusión religiosa más grande del mundo. Detrás de los cantos y las plegaria, el matrimonio amasó una millonaria suma de dinero gracias a los aportes de feligreses ingenuos dispuestos a llegar al reino de Dios a cualquier costo. El escándalo no tardó en magnificarse y llegar a todos los medios, y la biopic cantada, Los ojos de Tammy Faye, llega a las salas argentinas el próximo jueves. Las capas de maquillaje que transforman a la increíble Jessica Chastain en la locuaz Tammy no alcanzan para sostener el tono de la película, demasiado condescendiente para ser un retrato de dos figuras polémicas.

Los ojos de Tammy Faye sigue el camino de ascenso, caída y redención Faye (Chastain) y Bakker (Andrew Garfield), otrora reyes de un imperio televisivo de contenidos religiosos. Diametralmente en contra de la posición retrógrada de las instituciones eclesiásticas, la risueña y benévola Faye tuvo una fuerte acogida a las personas de la comunidad LGBT (en momentos donde el SIDA hacía estragos en la comunidad). A pesar de las buenas intenciones, las irregularidades financieras no tardaron en aparecer y las rivalidades terminaron derrocando a la pareja.

Michael Showalter dirige una biopic que intenta restaurarle la dignidad a Faye, con un manto de cuidado hacia el tratamiento de su persona, y para ello confía en Jessica Chastain, talentosa actriz que se pone al hombro la trama de narrativa irregular. Resulta una película incompleta que desaprovecha una historia de lo más jugosa. La maravillosa composición de la actriz -nominada a Mejor Actriz en los próximos premios Oscar- lidera un proyecto con matriz defectuosa y complejidad nula.

Sorpresas que no llegan, un lavado de cara innecesario a dos telepredicadores controvertidos y notables mesetas rítmicas hacen de Los ojos de Tammy Faye un disfrute que divaga entre el placer y el aburrimiento. Y la balanza se inclina más hacia lo segundo.