Los ojos de Julia

Crítica de Claudio D. Minghetti - La Nación

El psicothriller español se excede a la hora de las complicaciones y los homenajes

Demasiadas complicaciones, algunas sin justificación, no logran justificar un producto que sólo acredita a su favor un interesante punto de partida, cuidados técnicos de cine industrial de primer nivel y, por encima de toda otra cualidad, una muy buena interpretación protagónica de Belén Rueda.

En Los ojos de Julia , tratándose de un relato de género (no de terror sino psicothriller ), no debería importar demasiado si lo que ocurre es o no verosímil. Sin embargo, la acumulación de homenajes impone como necesaria una reflexión al respecto que no contribuye a una mejor calificación sino a todo lo contrario: la sensación de que se ha echado mano a un buen envoltorio para contar una historia que no resiste el análisis profundo.

La anécdota de una mujer que sufre una degeneración oftalmológica genética que terminará en ceguera, un mal primero diagnosticado en su hermana melliza y causa en apariencia principal (o al menos decisiva) de su suicidio, es expuesta con muchas trampas. El director y guionista catalán Guillem Morales juró que todo lo que pasa a Julia es vivido por el espectador, quien no tiene más pistas que ella para resolver o no qué fue lo que realmente le ocurrió a su hermana. Sin embargo, el relato convierte en cómplice a todo aquel sentado frente a la pantalla, al sugerir que la primera podría haber sido en verdad víctima de un criminal, una de las varias trampas que abrevan en temas ya transitados, como la perversión, la esquizofrenia y la ceguera (en clásicos del género como El fotógrafo del miedo , Espera en la oscuridad , Psicosis y La ventana indiscreta , por ejemplo), es decir, tramas donde siempre interviene un villano demente, desenmascarado unos minutos antes de la palabra fin.

Rueda, recordada por su excelente trabajo en El orfanato, confirma su talento para recrear a las dos hermanas que poco a poco pierden la vista y terminan atrapadas en un laberinto donde realidad e imaginación se confunden. Pero su esfuerzo no es suficiente para salvar un conjunto que debe ser explicado con demasiados argumentos y que, encima, desemboca en un final efectista y cursi, una clara confirmación de que no siempre es oro lo que reluce.