Los ojos de Julia

Crítica de Alberto Varet Pascual - EscribiendoCine

Terror miope

El éxito de Los otros (2001) provocó una eclosión de películas de terror en las carteleras españolas a comienzos de la pasada década. Ese movimiento, si bien es cierto que a mediados de la misma se apagó en gran medida, nunca dejó de estar latente. Tan solo necesitó una leve vuelta de tuerca (El Orfanato, 2007) para recobrar el éxito de público, único motivo por el cual se siguen gestando estos productos dentro de la industria con dinero público.

La trama (y sobre todo los componentes) de Los ojos de Julia (2010) bien pueden remitir a algún título del giallo: Julia (Belén Rueda) vuelve a Bellevue con su marido para visitar a su hermana, casi ciega por una enfermedad degenerativa de la que intentó operarse sin éxito. Al llegar descubren que se ha suicidado. A partir de ahí, la película se transforma en un thriller academicista de argumento manido que cuenta con la baza de la tara de Julia como elemento útil a la hora de ejercer rupturas en el metraje. Sin embargo, esos lazos que podrían ligarla con el susodicho género italiano nunca terminan de aflorar por la falta de arrojo del director.

La cinta también puede evocar a Bailarina en la oscuridad (Dancer in the dark, 2000) tanto por la ceguera de la protagonista como por el formato de drama de sobremesa. Pero si en la obra de Lars Von Trier esta condición era asumida por el danés y usada para crear un insólito musical, aquí, Guillem Morales (El habitante incierto, 2005), máximo responsable de la cinta, parece tomarse demasiado en serio un guión tan mal escrito como de argumento risible.

Y si creemos impostados los recursos del giallo y la excesiva condición dramática del film, tampoco podemos pensar que los continuos desenfoques, la oscuridad y la música armoniosa presentes en muchas de sus imágenes y que recuerdan a El Camino de los Sueños (Mulholland Drive, 2001), la obra maestra de David Lynch, surjan de forma sincera. Y es que, si allí éramos testigos de una muestra luminosa de cine onírico, aquí nos encontramos con el puro despropósito y el efectismo barato.

Aun así, los mayores problemas de la cinta (y no son pocos los provocados por la falta de valor de un creador con miedo a molestar al espectador más conservador) residen en un guión de construcción atropellada al que se le ve el ‘mecanismo’: no hay naturalidad en los diálogos ni en las secuencias. Todas ellas parecen prefabricadas, descendientes conscientes (y sin vergüenza) de la obra de Alejandro Amenábar y en busca del susto fácil que atraiga al mayor número de personas a la sala y mantenga a los que han pagado la entrada clavados en la butaca.

No obstante se antoja ciertamente difícil pensar que cualquier cinéfilo avezado no se aburra con semejante producto, que no piense que le están tomando el pelo a cada minuto y que los creadores de la fórmula tan sólo estén buscando su dinero.