Los miserables

Crítica de Beatriz Molinari - La Voz del Interior

La música toma la palabra

El teatro musical divide las aguas. Los fundamentalistas de la acción en vivo quizás no acepten encantados la versión de Los Miserables que dirigió Tom Hooper. Ni qué hablar de los seguidores de Víctor Hugo y su monumento narrativo.

La puesta cinematográfica ensambla el drama personal, la composición de personajes con un elenco de estrellas, los montajes visual y sonoro, y la fuerza del romanticismo en esencia, pero con las licencias que Hollywood exige. El horror ante las tragedias individuales y colectivas cruza como un relámpago por la mirada de los personajes y muere ahí. Las voces acompañan el tono dramático aunque no todos los registros están cómodos con la partitura. Ocurre con Crowe, el actor que, además, tiene tanta presencia que eclipsa al despreciable Javert.

Hugh Jackman logra un protagónico pleno como el doliente Valjean y su voz envejece con el hombre, en tanto Anne Hathaway es una Fantine bella aun en la desesperación. La actriz arremete el clásico por el camino de la fragilidad y ofrece su versión de I Dreamed a Dream (Soñé una vida), tema que popularizó Susan Boyle. Se destacan Samantha Barks y los niños, Daniel Huttlestone (11 años) como Gavroche, el chico de la barricada, e Isabelle Allen (10 años), Cosette niña, ambos con experiencia en sus respectivos roles, en la puesta teatral londinense.

Al dominio vocal de Barks se suman los agudos de Amanda Seyfried; el color en la voz de Eddie Redmayne, un tenor exquisito en el papel de Marius Pontmercy, así como la contundencia de Aaron Tveit, Enjolras, el líder revolucionario. Tom Hooper no ahorra grandilocuencia en las escenas corales: presidiarios miserables que cantan; el pueblo sometido (One Day More/Sale el sol); la movida en la taberna de los Thénardier; los preparativos de la revolución (Do You Hear the People Sing?/La canción del pueblo); las consignas de los jóvenes.

Los Miserables describe la redención de un hombre que vence los miedos y alcanza la gracia divina. Aun cuando la mirada simplifica las cuestiones de fondo, la película es un canto humanista. Víctor Hugo, que aseguró que mientras hubiera pobreza e injusticia en el mundo, libros como el suyo seguirían siendo útiles, renace como el héroe romántico de su magnífica obra.