Los miserables

Crítica de Alejandra Portela - Leedor.com

Les misérables es la puesta en marcha de toda la maquinaria de Hollywood: un elenco de superestrellas, el género musical (en el que son los mejores, sin duda) y una historia edulcorada sobre el amor, la libertad y la igualdad.

Escrita en 1862 por Víctor Hugo durante su exilio, se convirtió en un musical de Broadway en la década del ’80 con música de Claude-Michel Schönberg y en un film a fines de la década del ’90 con Liam Neeson en el rol de Valjean y Geoffrey Rush en el de Javert. La historia es la de un prisionero que tras 19 años de encarcelación por robar una hogaza de pan, es puesto en libertad condicional. Pero para librarse de su pasado, viola esta libertad, y se convierte al cabo de los años en un próspero ciudadano. No corre la misma suerte su empleada Fantine, madre de Cosette, quien acusada injustamente muere en la absoluta pobreza. Valjan se hace cargo de la niña, y deberá decidir si ayudar al amor de la joven, un revolucionario francés, mientras Javert lo persigue sin tregua.

Definitivamente hay muchos aciertos en esta versión de dos horas y media de duración, siendo el primero que pese a su extensión no decae en ningún momento. Otro de los grandes méritos es que las canciones no fueron grabadas con meses de anticipación, como suele suceder en este tipo de producciones, sino que se grabaron en vivo en el set de filmación para capturar la espontaneidad de la performance. Son precisamente las actuaciones (dramáticas y musicales) el plato fuerte del film. La nominación al Oscar de Anne Hathaway está más que merecida, no tanto así la de Hugh Jackman, cuya actuación, aunque correcta, no es impresionante.

Gran trabajo de actuaciones, de maquillaje, de vestuario y puesta en escena, son las claves para producir un film exitoso. No se le puede reprochar a la gran maquinaria de Hollywood su versión de los clásicos, puesto que ya es sabido que todo lo digiere y escupe en un producto redituable económicamente, donde el contenido pasa a un segundo plano, y el espectador queda obnubilado por su despliegue audiovisual. Pero si dejamos esta cuestión ideológica de fondo, sin duda es un gran entretenimiento.