Los miserables

Crítica de Ricardo Ottone - Subjetiva

Estamos en París, el día de la final del mundial 2018 en Rusia. Francia disputa el título contra Croacia. La gente se moviliza en masa para ir a ver el partido en las casas, en los bares, en las calles. Son una marea humana, hay blancos, árabes y negros. Entre ellos, mezclado en la multitud, seguimos especialmente a un adolescente negro, más tarde sabremos que se llama Issa y que vive en un barrio de monoblocks del extrarradio de París. Francia gana la copa y todo es euforia. La gente llena las calles envuelta en la bandera tricolor, viste la camiseta azul de la selección, canta la Marsellesa y se reúne para festejar en lugares emblemáticos como la Torre Eiffel y el Arco de triunfo. Es una postal de comunión, la de una Francia unida en las diferencias, multicultural, multirracial y hermanada bajo los mismos colores. Es una ilusión.

Y es una ilusión que dura poco. Tan poco como que al día siguiente todo sigue igual en el barrio. La misma pobreza, la misma desesperanza, los mismos negocios turbios, el mismo hostigamiento policial, la misma violencia cotidiana, la misma tensión. Aun así, los chicos hacen lo que pueden para sobrellevar esta vida, e incluso alegrársela un poco. Así empieza Los Miserables, primer largometraje de Ladj Ly, realizador francés nacido en Mali. Y es el prólogo un poco irónico de lo que está por venir, que no se parece en nada a esa postal de celebración y convivencia.

Todo comenzó cuando en 2017 Ly dirigió un corto llamado Los Miserables ambientado en Montfermei, el barrio de los suburbios de París donde había crecido, que seguía la primera jornada de patrulla de Ruiz, un policía de provincia en un barrio conflictivo junto a dos compañeros ya conocedores y conocidos en la zona. Tras la repercusión de este corto, decidió ampliar la idea y convertirla en largo ambientándolo nuevamente en Montfermei, un distrito cuyo dato turístico es el de haber sido el lugar donde Víctor Hugo escribió su famosa novela titulada precisamente Los Miserables. Como entonces, el punto de vista principal es el de Ruiz (interpretado nuevamente por Damien Bonnard) quien recién trasladado a la ciudad sale a hacer el recorrido con sus nuevos compañeros y experimenta todos los problemas y conflictos del barrio y también los que genera la propia policía.

Pero aquí se agregan otras perspectivas, en particular las de dos chicos de la zona, el ya presentado Issa (Issa Perica) y la de Buzz (Al-Hassan Ly), otro chico negro que filma escenas del barrio con un dron y accidentalmente graba el momento en que los policías en medio de una refriega disparan accidentalmente a Issa con una bala de goma, un episodio que genera un conflicto en el barrio que puede llegar a ser explosivo. Así, la perspectiva de Ruiz, que es un tipo decente y bienintencionado, puede ser en principio la del espectador que descubre ese mundo que desconoce y reacciona a este como puede, pero también la de los chicos aporta la comprensión acerca de la vida de estos adolescentes marginados y lo que tienen que soportar a diario. Chicos hostigados por la policía pero también expulsados de todos lados por sus propios vecinos. Issa en particular es un chico problemático pero también constantemente golpeado (psíquica y físicamente) que aguanta y aguanta hasta que ya no puede aguantar más.

En el film queda claro que, aún enfrentados, tanto vigilantes como vigilados pertenecen a clases sociales no muy distantes. De hecho Gwada (Djebril Zonga), el policía negro, lo aclara : ”yo nací aquí”. Y, si bien hay una crítica explícita al accionar policial, sobre todo en la figura de Chris (Alexis Manenti ), un policía blanco que se maneja de manera violenta declarado que así gana respeto (y Ruiz le aclara que lo único que obtiene es miedo), Ly tampoco intenta hacer una división estricta entre víctimas y villanos, sino que trata de abrir la mirada y retratar las complejas relaciones que se dan en la zona. Las tensiones son permanentes, entre la policía y los vecinos, entre grupos sociales, entre los líderes de diversas facciones y finalmente se revela también un conflicto generacional cuando los chicos reaccionan no sólo a la opresión oficial sino también contra los líderes del barrio, que deberían apoyarlos y protegerlos y los usan meramente como moneda de cambio. Contrariamente al estereotipado retrato habitual de representación, los referentes musulmanes son los que ponen un poco de sentido común y tratan de pacificar y brindar seguridad a los vecinos, especialmente a los chicos.

La premisa inicial recuerda un poco a la de Día de entrenamiento (2011), y aunque tiene algo de thriller policial, Los miserables, que ganó el Premio del Jurado en el Festival de Cannes y representó a Francia en los premios Oscar, es más bien un drama social que retrata una situación que el cine francés ya viene advirtiendo hace tiempo en films como El Odio(1995) o Dheepan (2015). Filmada con nervio, agilidad y un ritmo sostenido que va pasando de momentos de frágil calma, que es más bien tensa espera, a los de conflicto abierto, en buena parte con cámara en mano y aportando el uso del dron, que aquí no es puramente estético sino que es esencial a la trama. Si el cortometraje se concentraba en ese primer día, el largo extiende el relato al día siguiente para mostrar que la calma puede ser solo aparente, que la tregua al conflicto conseguida a través de la negociación y a espaldas de los que los que lo sufren, es frágil y solo esconde una frustración latente, que no se resuelve así nomás y cuyo estallido es inminente, que puede ser sorpresivo pero no debería ser sorprendente. El final abierto del film de Ly deja planteada una pregunta cuya respuesta sigue pendiente.

LOS MISERABLES
Les Misérables. Francia, 2019.
Dirección: Ladj Ly. intérpretes: Damien Bonnard, Alexis Manenti, Djibril Zonga, Jeanne Balibar, Steve Tientcheu. Guión: Ladj Ly, Giordano Gederlini, Alexis Manenti. Fotografìa: Julien Poupard. Montaje: Flora Volpelière. Producción: Toufik Ayadi, Christophe Barral. Distribuye: Diamond. Duración: 104 minutos.