Los locos Addams

Crítica de Isabel Croce - La Prensa

El origen de la familia fue gráfico. La historieta de Charles Addams, después se hizo serie televisiva y duró dos años (de 1964 a 1966) en su país de origen y se extendió con éxito a otras partes del mundo, incluso Hispanoamérica. En la Argentina el éxito fue televisivo.
Cómo no recordar a Homero y Morticia, la pareja que apostaba a todo lo horroroso como lo máximo en la escala del placer. Con hijos malos, muy malos, Pericles y Merlina siempre matándose; el tío Lucas, el tío Cosa, el mayordomo siniestro y Dedos, la mano que habla en Morse y corre por toda la casa ayudando a la familia.

La versión animada que llega a nuestra pantalla comienza en la época en que Homero y Morticia se casan y con todos sus parientes son perseguidos por el pueblo que no acepta su forma de vida. La historia sigue, trece años después, con ellos viviendo en el ex loquero elegido como residencia. A su lado, los niños, la diligente Manos y el mayordomo, igualito a Frankenstein y amante del clavicordio, se supone ex habitante de aquel loquero. También están las mascotas, pirañas, arañas y la recordada planta carnívora.

El problema es que una comentarista de TV y promotora de condominios creó en las cercanías Assimilation, el pueblo perfecto con gente perfecta, iguales unos a otros, pero la casa de los Addams desentona. Advertida por su hija que se hace amiga de Merlina, la promotora Margaux Needler decide repetir el triste pasado que expulsó a los Addams y levantar la ciudad contra la familia por su condición de diferente.

CON NOSTALGIA
"La familia Addams" es una animación de buen trazo, nada original, que mantiene los arquetipos iniciales de la historieta y la serie televisiva. Sólo hay alguna modernización que huele a copia. como el Tío Cosa, transformado en una bola cabelluda con anteojos y el lenguaje incomprensible que caracterizaba a los Minions de "Mi villano favorito".

El horror y lo monstruoso, doblemente monstruoso hace casi sesenta años, ya no lo es tanto y sólo la nostalgia de los adultos puede aceptarlo y los más chiquitos sorprenderse. Con chistes y diálogos simples, la vieja y original melodía de la época se mantiene. Las nuevas, que hablan de la libertad individual, la aceptación del diferente y la integración, no van a perdurar por carecer de la originalidad de la de Víctor Mizzy, que con el chasqueo de dedos y el toque de clavecín la inmortalizaron.

Algo así pasa con esta versión, correcta pero un tanto desangelada, que sólo puede despertar la sonrisa de los adultos nostalgiosos o la reacción básica de los más chicos ante un producto medianamente entretenido, sin el gancho que atrapó a tantos admiradores de épocas pasadas.