Los Knacks. Déjame en el pasado

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

El eslabón perdido, recuperado

Películas que rescatan a pura nostalgia una banda olvidada, documentales más o menos rimbombantes de backstage y concert movies centradas en giras de regreso sinceramente hay muchas, no obstante Los Knacks: Déjame en el Pasado (2019), dirigida y escrita por Mariano y Gabriel Nesci, consigue la doble proeza de aunar las tres vertientes y de hacerlo muy pero muy bien, a lo que por supuesto se suma el objetivo de base de exorcizar los fantasmas del grupo de turno, una banda argentina que surgió en plena efervescencia de la beatlemanía de fines de la década del 60 aunque en realidad le debe más al agite garage de los primeros The Kinks y The Animals, en esencia una rareza que sonaba como los Dioses y que por el hecho de no comprometer su visión artística terminó separándose cuando la horrenda dictadura de Juan Carlos Onganía prohíbe que los artistas locales canten en inglés.

La alineación original de Los Knacks, unos jovencitos de colegio secundario en aquella época, era Oscar “Robbie” Paz (batería), Carlos “Charly” Castellani (voz y guitarra), Armando “Armi” Aschenazi (voz y guitarra), Vicente “Chito” Bulotta (teclados) y Eduardo “Mossy” Mykytow (bajo), muchachos que justo cuando estaban grabando para la EMI Odeón su debut discográfico -producto de un éxito incipiente y muchos shows cada vez más grandes- pasan a engrosar las listas de músicos prohibidos por el régimen militar en el poder. El documental explora cómo unos 40 años después de aquel desenlace prematuro, ese mismo que derivó en el abandono del rock de casi todos los integrantes, los señores se enteran que en Europa se transformaron en una banda de culto porque alguien pirateó el material de estudio archivado y lo editó junto a todos los bellos singles que le precedieron.

Desde ya que la noticia genera un inesperado revuelo en la vida de los hoy casi ancianos y dispara recitales, un nuevo álbum e intentos varios de retomar esa trayectoria musical que fue dejada de lado sin meditar en las consecuencias a futuro, circunstancia que asimismo permite a los realizadores analizar la perspectiva desde la cual los músicos encaran esta segunda oportunidad y los cambios operados a nivel de la sociedad y el propio aparato mainstream de la execrable industria cultural, dos rubros en los que se ningunea a la vejez en pos de entronizar una construcción marketinera de una juventud algo mucho baladí y también descartable, todo desde criterios vinculados a un cinismo caníbal espantoso típico de la nueva fase del capitalismo en vigencia. Los Nesci dejan hablar a estos rockeros de vieja cepa para que queden en primer plano unos sueños que no se condicen con la realidad ni remotamente, sobre todo en lo que respecta al anhelo de una masividad homologada a la televisión, los videoclips y la misma venta de discos físicos, tres ítems en franca decadencia en tiempos de distribución virtual y un “boca a boca” más o menos direccionado desde la publicidad omnipresente y la vigilancia vía buscadores web y redes sociales. De todas formas, vale aclarar que el enfoque es muy respetuoso y sensato porque no juzga ni se burla de los inevitables anacronismos y celebra la garra y alegría que anidan en su porfiado seno.

Esta meta de recuperar un eslabón perdido tiene menos que ver con la melancolía de los consumos culturales burgueses contemporáneos que con la resignificación y puesta a punto de la importancia de la vocación como horizonte autotrazado con el cual convivir a diario, eje que permite desarrollarnos ya sea en trabajos individuales como puede ser escribir una canción o colaborativos por antonomasia como tocar en una banda de rock. Contra todo pronóstico los directores no hacen tanto énfasis en el carácter de pioneros de Los Knacks y optan en cambio por seguirlos a lo largo de toda esta última década -la etapa del regreso- y los mil problemas e impedimentos que tuvieron que sobrellevar ante la indiferencia de un circuito musical que no entienden del todo y que los maltrató a pura idiotez e ignorancia. Más allá de la presencia de infaltables del enclave del rockumentary autóctono como Alfredo Rosso y Claudio Kleiman, el film también se destaca por la participación del genial Carlos “Cali” Molina, un coleccionista de vinilos y principal fan declarado del grupo, una figura fundamental en el “operativo retorno” gracias a la ayuda financiera y moral brindada. Quizás lo más valioso que ofrece la película es el retrato del proceso que atraviesan los señores desde centrarse en la utopía del reconocimiento hasta la aceptación de la plenitud que es intrínseca al buen arte, ese que llena el alma por su sabiduría y riqueza conceptual…