Los inocentes

Crítica de Horacio Bilbao - Clarín

Fantasmas de la esclavitud

El terror y el suspenso son primos hermanos, pero aquí están muy distanciados.

El estanciero Güiraldes (Lito Cruz) descarga desde el minuto cero sangrantes latigazos sobre la espalda de uno de sus súbditos negros. Era otra Argentina, tiempos prerrevolucionarios. Aún no llegaba la Asamblea del año XIII que sin gran éxito inmediato pondría fin a esta práctica bárbara, que los terratenientes del mundo entero se esmerarían luego en derogar.

Y ya sabemos, Los inocentes es una película de terror, pero el hecho de llevar al cine la esclavitud como tema plantea, en los papeles, un ejercicio valiente. Un Django sin cadenas con brujas y espíritus, y sin Tarantino.

Siendo muy generosos podríamos ver en la opera prima de Mauricio Brunetti una especie de deformación del género a manera de denuncia política. Simbolismo no demasiado evidente que se derrumba mientras avanza la película, una novela rural, una maldición, una venganza de otra esclava negra pero en la Argentina. ¿Será que la esclavitud sólo puede redimirse en el cine?

El terror y el suspenso son primos hermanos, pero aquí están tan distanciados como la familia que anima esta película de un tiempo bisagra, de esclavos y esclavas humillados, asesinados, por un patrón de estancia trastornado.

Transcurren 15 años desde que Rodrigo (Ludovico Di Santo), el hijo de Güiraldes, regresa a esa casa paterna que lo expulsó de niño. Llega con Bianca (Sabrina Garciarena) su bella esposa. “Ya no hay esclavos, sólo quedan sirvientes libres”. Pero están sus recuerdos, también una maldición, que opera como venganza, un maleficio del pasado reciente que vuelve y se explica en flashbacks demasiado explícitos, con una gratuita sobredosis de brutalidad.

Así como falta suspenso y sobra previsibilidad, es curioso el escaso impacto que esos 15 años en los que transcurre la historia tienen sobre el personaje de Lito Cruz, que sigue repitiéndose en su rol de malo, pero que aún así está muy por encima de un elenco desparejo. Lo mismo pasa con una hamaca, objeto simbólico que sobrevive todos esos años a la intemperie para volver a mecer sus fantasmas.

La complicidad de la iglesia, la oposición campo ciudad, la esclavitud y la excusa de un cine de terror traspolados en estos fantasmas de granja, dan para un reflexión mayor sobre culpas e inocencias. Y para otro cine, claro.