Los indestructibles 3

Crítica de Iván Steinhardt - El rincón del cinéfilo

Uno piensa en Sylvester Stallone y no queda mucho lugar para el análisis porque así son los íconos. Es ese tipo de gente que “está más allá del bien y del mal” haga lo que hagan, porque si bien es cierto que estamos a casi treinta años del folleto propagandístico de “Rocky IV” (1985) y “Rambo II” (1985) - serviles al capitalismo-nacionalismo salvaje de la era Reagan -, también estamos a casi 40 de la primera “Rocky” (1976), la que obtuvo tres Oscar, e incluso una nominación a Mejor Actor.

Luego se fue descubriendo que la capacidad interpretativa Sylvester era funcional a determinados roles. No estábamos frente a otro ejemplo de grandes actores italo-americanos como Pacino, De Niro o Pesci entonces, de nominado al Oscar a ícono del cine de acción, Stallone entendió a la perfección para qué estaba. Era él. Él es el producto. Los fanáticos de “una de tiros” lo querían ver a él. Por eso la repetición. Por eso tomó el clásico de 1976, la historia del perdedor que triunfa y la convirtió en franquicia ¿Será el rey de las secuelas éste hombre? No debe estar lejos de serlo: seis del boxeador, cuatro de Rambo (y una más en camino) y (con éste estreno) tres de “Los indestructibles” (con dos más en, incluida la versión femenina con ¿Sigourney Weaver? cómo líder). El último giro en la carrera del actor es un rejunte de casi todo lo hecho anteriormente en su momento de esplendor. Pero Sly sabía que esta era digital de efectos especiales y no podía solo. Todos sus contemporáneos debían participar. Sus ex – competidores debían formar parte, porque la unión hace la plata pero, además, siempre quedó en el top ten de los cinéfilos de la década del ochenta el deseo de verlos a todos juntos.

Barney Ross (Sylvester Stallone) anda nostálgico. Al comienzo de “Los indestructibles 3” vemos como él junto a Lee (Jason Statham), Gunner (Dolph Lundgren), Toll (Randy Couture) y Caesar (Terry Crews) van, en una espectacular cacería helicóptero-tren, a rescatar al viejo Doc (Wesley Snipes). La familia unita ante todo. Un miembro más se une al grupo de veteranos de mil batallas. La siguiente misión encomendada por Drummer (Harrison Ford) consiste en impedir que suceda algo en otro lugar, que no viene al caso. Se une el viejo Trench (Arnold Schwarzenegger) como para que no falten balas. Para sorpresa de todos, alguien a quién creían muerto está vivito, coleando, y haciendo negocios nucleares. Se trata de Stonebanks (Mel Gibson), un ex miembro de grupo devenido en mercenario.

Como “algo” sale mal (aquí el giro hacia nuevas franquicias), Barney decide desmantelar la organización y reclutar sangre nueva. Como para no tener que sufrir mucho si se le muere alguno. Así entran Thorn (Glen Powell), Mars (Victor Ortiz), Luna (Ronda Rousey) y Smilee (Kellan Lutz). También se suma el personaje más interesante de la secuela, Galgo (Antonio Banderas), un hombre de armas ansioso por entrar en acción a como de lugar.

En esta tercera entrega ocurre algo curioso respecto de la propuesta original, más exactamente con el nivel superlativo alcanzado por la segunda. Una gran combinación entre grandes dosis de acción y un humor basado en el sano ejercicio de reírse de ellos mismos aplicado en diálogos, en su mayoría autoreferenciales. Por el contrario, aquí aparece en cuentagotas y no por una cuestión de dirección. El casi debutante Patrick Hughes tiene buen pulso para la acción. No es menos que Stallone o Simon Wincer, los directores anteriores. Da la sensación que el ideólogo de todo esto estuviera virando para otro rumbo con este barco, o simplemente se distrajo esporádicamente. Por ejemplo hay un gran gag referido a la situación de Wesley Snipes en la vida real (realmente estuvo preso por evasión de impuestos), pero se desperdicia la referencia a que Stallone y Banderas trabajaron juntos hace años en una de accióm, “Asesinos” (1995). Con un “te conozco de algún lado” bastaba para mantener la idea fresca.

Al dejar de lado esta faceta del guión que parecía ser la marca registrada, la película se transforma en una más de acción, por cierto muy bien realizada que, de todos modos, mantiene el concepto artesanal esquivando los efectos digitales y el CGI a favor del viejo oficio de dobles de riesgo, explosiones y destreza física en la lucha cuerpo a cuerpo. Gran participación de Mel Gibson, mientras que lo de Harrison Ford está bien, pero no hizo olvidar a Bruce Willis al tener que ocupar su lugar.