Los ilegales

Crítica de Migue Fernández - Cinescondite

"¡Por el alcohol! La causa y la solución de todos los problemas de la vida"
(Homero, Los Simpsons, 1997)

Los Ilegales, el título genérico y poco personalizado que se eligió para reemplazar el original "El condado más húmedo del mundo", dice más sobre la última película de John Hillcoat y la novela de Matt Bondurant de lo que se hubiera creído. La ilegalidad es una condición que no solo caracteriza a los tres hermanos sino que abarca al film en general, un trabajo que en más de una oportunidad se ve sobrepasado por el impulso y desafía las leyes de la lógica y el sentido común. La representación de los personajes centrales como inmortales e indestructibles es parte del imaginario popular, criminales santificados por pobladores que los ven desde abajo y no tienen motivo para dudar de ellos. El problema se produce cuando ni el autor –nieto de uno de los protagonistas- ni el director o el guionista Nick Cave se plantean una segunda mirada sobre el material tratado.

Construida a las claras de mitos y datos hiperbolizados, esta realización pierde sustento y credibilidad a medida que avanza, con un trío invencible capaz de cometer grandes torpezas delictivas así como heroicos actos de valentía, enfrentando a agentes armados con las manos vacías más veces de las que a uno le gustaría contar. La historia de los hermanos en guerra con el aparato policial en el marco de la sequía etílica debería ser suficiente como para no necesitar el embellecimiento de algunas situaciones o la exageración de los hechos, elementos que desentonan con una coherencia general de la propuesta y no permiten una comunión plena con ella.

Hillcoat conduce con sobriedad –aunque con falta de ritmo durante una larga primera mitad- los destinos de los protagonistas, que si bien ya tienen fama de rudos, ascienden al punto de convertirse en leyendas vivas. Para esto se vale de un equipo técnico de lujo que se destaca en todos los aspectos, desde una acertada musicalización hasta una ideal puesta en escena de época, pasando por la muy buena fotografía de Benoit Delhomme. El principal aliciente, no obstante, está en el excelente elenco que la compone, con destacadas interpretaciones de la cada vez más grande Jessica Chastain, un desquiciado Guy Pearce, los correctos Shia LaBeouf y Jason Clarke, así como el entrañable e inocente Cricket Pate de Dane DeHaan. Dos figuras de quienes hoy se espera excelencia, como son Gary Oldman y Tom Hardy no terminan de cerrar, ambos por distintas razones. El primero por una cuestión de guión, que no acaba por definir qué rol juega en la película y lo abandona en más de una oportunidad; el otro por un tema de elección actoral, con un personaje calcado del Bane de The Dark Knight Rises que gruñe y balbucea en forma constante.

Lawless termina por integrar el panteón de películas que no se sobreponen al hecho de estar protagonizadas por un ensamble, siendo sus ocho estrellas más importantes que el resultado general. Más allá de los logros argumentales y las notables capacidades que destila en cada área de producción, se trata de un film que no puede convencer por estar demasiado convencido. El director y el Bondurant escritor son fieles del mito que ayudaron a desarrollar y en ningún momento dan un paso atrás para cuestionar lo que ponen en pantalla. Este amor por el material original y esa fascinación por sus protagonistas, cae en el subrayado de la leyenda urbana y no termina de trasladarse a un espectador hambriento que también quiere gritar su aleluya.