Los ilegales

Crítica de Javier Mattio - La Voz del Interior

La sobriedad del alcohol

El nuevo filme del australiano John Hillcoat podría definirse por todo aquello que no es: en su abordaje del género western-gangsteril se aleja del estilismo de Andrew Dominik, del violento pastiche tarantinesco, de la grandilocuencia majestuosa de Michael Mann e incluso de la corrección tribunera de Ben Affleck: la modalidad de Hillcoat es “artesanal”, como el alcohol que destilan y contrabandean los incansablemente ilegales hermanos Bondurant, en la fértil era policial de la Ley Seca.

Y por eso Los ilegales se asemeja más a una sucesión de escenas cuidadosamente enhebradas que a una mera totalidad de género en piloto automático: son esas pequeñas epifanías, discretas y áridas y privadas de efectismo, las que engrandecen la película, la que le insuflan su épica secreta: la enamorada mirada de Jack Bondurant (Shia LaBeouf) hacia Bertha (Mia Wasikowska), la nieve redentora que cae del cielo nocturno después del feroz ataque que sufre Forrest Bondurant (Tom Hardy), la destilería que explota en llamas, el aguardiente usado como sustituto de la gasolina.

Jack, Forrest y Howard (Jason Clarke) son los Bondurant, tres hermanos que se dedican a producir y distribuir alcohol en el sureño estado de Virginia a pesar de la prohibición que cae sobre la sustancia, y por eso se ganan como enemigo al afeminado y sádico agente Rakes (Guy Pearce), quien hace de la represión policial una cuestión personal.

Por ahí andan también el veterano gángster Floyd Banner (Gary Oldman) y Maggie Beauford (Jessica Chastain), la sufrida pareja de Forrest, quien demuestra tener tantas agallas como él, aunque su papel no sea del todo preponderante: las tensiones están desplegadas entre el joven Jack y sus relaciones respectivas con Bertha, Forrest y Rakes, y por eso Los ilegales es ante todo una historia de iniciación, no tanto a las armas como a los terrenos del amor, la lealtad y la valentía, y de ahí su impulso western.

La mesura, la sequedad, la paradójica sobriedad entre tanto alcohol destilado, es lo mejor de la película de Hillcoat, evidente en esa banda sonora ostentosa (a cargo de Warren Ellis y Nick Cave, autor asimismo del guion) que sólo se escucha en los momentos justos, como un buen trago que se sirve sin llamar la atención.