Los huéspedes

Crítica de Ignacio Andrés Amarillo - El Litoral

Abuelito dime tú

M. Night Shyamalan tuvo un ciclo de éxito y con identidad propia que arrancó con “Sexto sentido” y llegó hasta “El fin de los tiempos”, con sus luces y sus sombras (la primera y “La aldea” probablemente sean de lo mejor de esa cosecha). De allí, saltó a la adaptación de una franquicia animada, como lo fue “El último maestro del aire”, y un poco feliz proyecto producido y protagonizado por Will Smith: “Después de la Tierra”.

Llegados a ese punto, muchos empezamos a preguntarnos si el peculiar director podría encontrar una senda propia nuevamente. Y “Los huéspedes” parece ir por ese camino, aunque de una manera novedosa. ¿Por qué? Porque en general las ideas de Shyamalan siempre fueron bastante inéditas; esta vez, sin embargo, retoma varios tópicos del cine de terror y suspenso actual, parte del background del espectador, aunque el juego innovador está en cómo están usados y en cómo se explican los sucesos que aparecen.

Artificios

Empecemos por lo que salta a la vista. La película está filmada en el estilo de las found tapes (cintas encontradas), que arrancó con “El proyecto Blair Witch” y llega hasta “Terror en el bosque” (Eduardo Sánchez estuvo en ambos proyectos), pasando por la saga de “Actividad paranormal”, entre otras. “Terror en el bosque” nos posicionó en la era de las GoPro y el fanatismo visual de la era del video digital, y ahí entra Shyamalan en su nuevo proyecto, convirtiendo a una de sus protagonistas en una cineasta en formación (menos mal que no se les ocurrió a algunos cineastas argentinos).

Así, todo el artificio visual se sostiene en una o dos cámaras generalmente en mano, aunque el morocho director apuesta a la suspensión de la incredulidad en un par de aspectos: en principio, en la calidad de la imagen (la fotografía perfecta de la “cámara objetiva tradicional”) y las cámaras permanentemente prendidas. El final de la cinta nos explicará algunas cosas en cuanto al montaje.

La intranquilidad diurna al estilo “El resplandor”, un árbol temible en el estilo de “Sinister”, figuras que se mueven ante el resplandor azulado de la luz de la cámara, sótanos y cobertizos y falta de señal de celular, son otras cosas familiares, pero el director las siembra aquí y allá junto con pistas falsas para perturbar al espectador, darle miedito y hacerlo tirar hipótesis erróneas.

Reencuentros

Metámonos un poco en la historia. Paula Jamison es madre de dos hijos, la adolescente Rebecca, fanática de la realización cinematográfica, y el pequeño rapero Tyler. Ambos niños arrastran traumas tras la separación de sus padres unos años atrás, como iremos viendo de a poco. Robert, el padre, era un joven maestro de secundaria de Paula, quien huyó de su hogar en malos términos con sus padres John y Doris, con quienes nunca más estuvo en contacto.

Un buen día, los Jamison toman contacto con su hija, ya que quieren conocer a sus nietos. Los chicos aprovechan para darle la oportunidad a su mamá de hacer un viaje con su nuevo novio y buscan tender puentes entre sus abuelos y Paula. Entonces se suben a un tren y se van a un lugar perdido en Philadelphia: los Jamison viven en una granja apartada, y trabajan como consejeros para gente con adicciones y demás.

La relación parece arrancar bien entre los jóvenes y los viejos, pero estos últimos empiezan a tener conductas y actitudes cada vez más extrañas. El lector se imaginará que eso irá en aumento, y habrá un clímax, pero la resolución será una cachetada rápida e inesperada. En el medio, hay trazas de comedia y hasta “enseñanzas espirituales” que por ahí desencajan a algunos: al menos, los protagonistas no son los adolescentes tontorrones y fiesteros que suelen protagonizar este tipo de cintas.

Generaciones

Además del artificio visual antes comentado, la película funciona gracias a la atenta edición (dicen que Shyamalan hizo dos cortes previos que no daban el tono buscado), pero nada podría hacer sin la potencia de los intérpretes. Empezando por los niños: Olivia DeJonge es una expresiva Rebecca en plena adolescencia, entre el trauma y ser sabelotodo, aunque tiene pasta de heroína de terror. Ed Oxenbould pone desde su Tyler el tono más humorístico y la irresponsable curiosidad de niño.

Del otro lado, se paran firmes los ancianos: Deanna Dunagan (veterana actriz de teatro) construye una Doris compleja, entre lo adorable y lo (muy) temible. Y Peter McRobbie (el Allen Dulles de “Puente de espías”, y el padre Lantom de la serie de “Daredevil”) impacta como un John alto y vigoroso, de pocas palabras. Completa el elenco central Kathryn Hahn (la misma que mostró su potencial en “Terapia en Broadway” y puso gracia a “Tomorrowland”) como la atribulada Paula.

Parece que estamos ante un alegato en contra de los abuelos, pero en realidad el “mensaje” edificante pasa por el fin de los rencores. Eso sí: si uno tiene a los abuelos vivos pero no tiene una relación fluida con ellos... bueno, quizás mejor cada carancho en su rancho.