Los hijos de Isadora

Crítica de Maximiliano Curcio - Revista Cultural Siete Artes

Esta bailarina y coreógrafa estadounidense es considerada pionera de la danza moderna. Producto de una familia disfuncional, a temprana edad abandonó sus estudios para dedicarse de lleno a su pasión: el ballet. Llegaría a la meca de esta disciplina, en New York, en el año 1896. Premiaciones en los Festivales internacionales de Locarno y Mar del Plata conforman la carta de presentación de este film. De su autobiografía, titulada “Mi Vida”, podemos intuir el clima de honda melancolía que atraviesa la entera existencia de esta artista. Tal aura es la que busca expresar Damien Menivel, por medio de este relato dividido en tres partes cuyo hilo conductor lo conforma un solo de la prestigiosa bailarina.
“Madre” es una emotiva pieza que ella bailo y coreografió diez años después de la muerte de sus dos hijos, quienes murieron ahogados en el río Sena, en parís, en 1913. La memoria emotiva del tema del duelo inunda el arco compositivo de esta película. La danza, en su ejecución, habla por sí misma: la dimensión trágica de la vida de Isadora Duncan es notable. Cada uno de los personajes logran plasmar, en sus diferentes rangos etarios la melancolía de una criatura creativa en permanente conflicto. Film que aúna el cine y la danza, como alguna vez lo hiciera el recordado Robert Altman en su crepuscular film, “The Company” (2002), “Los Hijos de Isadora” es una sensible y poderosa gema visual, una apasionada mirada sobre la soledad humana.