Los hijos de Isadora

Crítica de Benjamín Harguindey - EscribiendoCine

Tristeza infinita

La bailarina Isadora Duncan perdió a sus hijos cuando tenían 4 y 6 años, ahogándose en el Sena tras un accidente automovilístico. Isadora pasaría el resto de su vida, que terminó en otro macabro accidente automovilístico, poseída de una tristeza inconsolable. Eventualmente esta tristeza encontró su expresión, quizás catártica, en una rutina de ballet titulada “Mother”. Disponible en Puentes de Cine y Mubi.

Escrita y dirigida por Damien Manivel y ambientada en tiempos modernos, Los hijos de Isadora (Les Enfants d´Isadora, 2019) trata sobre cuatro mujeres cuyas vidas son afectadas, de distinta forma y por distintos motivos, por “Mother”. La primera es la sílfide Agathe Bonitzer, quien estudia y ensaya la rutina obsesivamente. La suceden Manon Carpentier, una bailarina con síndrome de Down, y Marika Rizzi, su instructora. La cuarta mujer es Elsa Wolliaston, quien atiende una danza y luego la replica emotivamente en la soledad de su hogar.

La película es parca, magra y silenciosa salvo por la ocasional composición musical. Manivel filma de soslayo: nunca vemos la danza en sí, sólo el efecto que tiene en las mujeres que la ensayan y aquellos que la atestiguan. Ni hay conexión entre los tres módulos de la película, salvo la presencia de Isadora. Su danza encarna una profunda tristeza pero también hace de pasamanos emocional, transmutándose de una mujer a otra con ductilidad. Sabemos poco y nada de cada una, salvo por algún que otro indicio suelto - una foto, una mirada, un puñado de líneas - y el innegable poder que “Mother” tiene en ellas.

El director, con un ojo de coreógrafo, describe momentos y movimientos a la vez que encuentra la imagen justa para definirlos, ya sea entre un mar de rostros o una serie de venias y gestos estilizados. Los hijos de Isadora es sobre la búsqueda de la expresión artística y la necesidad de hacer catarsis a través del arte, ya sea produciéndolo o apreciándolo. Esto es evidente de principio a final, con lo que el espectador tiene mucho menos para descubrir que el realizador.