Los ganadores

Crítica de Gaspar Zimerman - Clarín

Todo por un premio
El nuevo documental de Néstor Frenkel bucea en el desopilante mundo de las entregas de premios.

Ya nadie podrá volver a ver una ceremonia de premiación con los mismos ojos después de haber pasado por la experiencia de Los ganadores. Aunque se les vean los hilos por todos lados, aunque ocurran papelones como el de los últimos Oscar, los premios todavía funcionan eficazmente como herramienta de construcción de prestigio y siguen siendo un ancho de espadas del marketing. Pero Néstor Frenkel los demuele desde las bases: se sumerge en un insólito mundo de “premios, premiaciones, premiadores y premiados” para descubrir una galería de personajes desopilantes que desnuda el absurdo de estos rituales de legitimación.

Buscando a Reynols, Construcción de una ciudad, Amateur, El gran simulador: películas que convirtieron a Frenkel en uno de los grandes documentalistas argentinos, con una mirada cargada de un sentido del humor agudo, a veces irónico, a veces tierno, y un profundo amor por las criaturas antiheroicas y las situaciones bizarras. Eso está llevado a su máxima expresión en Los ganadores, que empieza haciendo un paneo sobre premios como el Antena Vip, el Rosa de Cristal, o el Ancla Dorada, y termina haciendo foco en el Estampas de Buenos Aires, que se desarrolla en una sociedad de fomento barrial.

Un premiado serial –y, a la vez, organizador de un premio- exhibe una medalla que lo acredita como el mejor periodista de Latinoamérica y un diploma que lo nombra personalidad destacada de la Argentina; está la mujer que agradece la estatuilla por un disco que, admite, no terminó; el que ganó por un programa radial sobre “efemérides, santoral, cronograma de pagos”; la que colecciona distinciones por un ciclo basado en la música “de Beto Orlando, el más grande”.

Es gente que mueve a risa y ternura, y que nos hacen preguntarnos en cuánto se diferencian de las celebridades “verdaderas”. Los discursos que pronuncian al recibir esas estatuillas toscas por las que, en muchos casos, pagaron, dejan expuesta la necesidad de reconocimiento de los seres humanos. Es una puesta en escena que refleja, a escala pobretona y berreta, lo mismo que sucede en los premios de renombre: la danza de egos, los tejes y manejes en bambalinas, la euforia de alzar al cielo un objeto legitimador. A nadie le importa que los premios suelan responder a intereses económicos, políticos o sociales más que a méritos de los premiados: esos instantes aplausos y reconocimiento -y los negocios o trabajos que surjan después- justifican todo.