Los fuegos internos

Crítica de María Bertoni - Espectadores

Ana Santilli Lago, Ayelén Martínez, Laura Lugano, Malena Battista por un lado; Daniel Degol, Miguel Godoy, Jorge Deodato por el otro. Las mujeres se ubicaron detrás de cámara; los varones delante. Juntos filmaron un documental sin precedentes sobre la experiencia de (sobre)vivir en un neuropsiquiátrico y poder dejarlo atrás.

Los fuegos internos se titula este largometraje que desembarcó el jueves pasado en el cine Gaumont, después de haber competido en una de las secciones locales del 14° Festival de Cine Latinoamericano de La Plata. A través de sus retratados, las realizadoras ofrecen un conmovedor registro de esa energía humana a veces demoledora, a veces reparadora.

El ejercicio colectivo del arte como antídoto contra la locura atraviesa esta obra de una productora de contenidos que explora la relación saludable entre psicoanálisis, cultura y comunicación. En este punto corresponde explicar que El Cisne del Arte es un apéndice del Hospital Dr. Alejandro Korn de Melchor Romero, donde los protagonistas del film compartieron una parte de sus vidas.

La amistad entre Daniel, Miguel, Jorge constituye otra arista de esta aproximación a la condición humana cuando se ve arrinconada por la enajenación, el encierro, el aislamiento, la estigmatización social, miedos propios y ajenos. Aunque las circunstancias son radicalmente distintas (¿o no tanto?), algunos espectadores recordamos la experiencia de José Pepe Mujica, Mauricio Rosencof y Eleuterio Fernández mientras estuvieron detenidos entre 1973 y 1985, según contó el uruguayo Álvaro Brechner en La noche de 12 años.

La autoría compartida de Los fuegos internos desarticula la jerarquía entre sanos y enfermos, un poco como la radio La Colifata en el Borda. Sin dudas estaríamos ante un registro convencional si Santilli Lago, Martínez, Lugano, Battista hubieran llevado adelante un trabajo de campo ortodoxo, concebido para observar y consultar ocasionalmente a los pacientes.

Aquí Degol, Godoy, Deodato exponen y resignifican su propia vivencia de in/externación. Al calor de esta recreación amorosa y poética, los protagonistas transmiten el tironeo, que Charly García describió tan bien en Inconsciente colectivo, entre aquella voz que gusta cantar «en los aleros de la mente con las chicharras», y ese transformador «que te consume lo mejor que tenés».